La persistencia de la sequía hace pensar que sería necesario buscar otras cualidades en las variedades de siembra. Y tal vez haya que mirar hacia atrás.
Celedonio Sanz Gil
En esta campaña agrícola el protagonismo se lo están llevando el exceso de calor y la falta de lluvias, con la sequía consecuente, que han propiciado el recorte de la cosecha de cereales, el agostamiento de las praderas antes de tiempo y un paisaje general en los campos de Castilla de tierra gris asfixiada y montes rendidos a los tonos amarillos apagados, con hierbas y árboles resquebrajados, con esa debilidad interna que les provoca la carencia de agua. Solo algunos sembrados de girasol quedan como oasis de verde y amarillo intenso en esta tierra agalbanada y en los regadíos se busca desesperadamente el oro líquido en esos acuíferos cada vez más gastados, que no se rellenan.
Sin embargo, esto, que para algunos es algo de presente impactante, en el campo ya es historia. Aunque a veces parezca que en ella nada se mueve, la agricultura es un ciclo permanente en continuo movimiento. Ahora ya hay que pensar en la nueva cosecha, en cultivar los campos y preparar la siembra de los campos resecos.
Esa es la gran pregunta que ahora se hacen los agricultores: ¿qué sembrar? Algún gracioso podrá decir que la respuesta es fácil: trigo o cebada, o algún campo donde toque el girasol. Sí, claro, pero una vez que se ha decantado por el tipo de cereal hay que elegir la variedad, en función de sus costes, de su adaptación al terreno, y de la disponibilidad de las empresas comercializadoras, esta elección condiciona también todo el proceso de cultivo, la eliminación de las malas hierbas y el proceso de abonado, que se debe llevar a cabo también en otoño.
Todo esto exige dinero, mucho dinero, una inversión importante, a la que es preciso hacer frente, de cualquier manera, porque el agricultor no puede pararse. El ciclo vegetal es su vida, es una exigencia constante, es su sustento y el de su familia, y en buena parte el de todo el medio rural. Un coste económico difícil de afrontar cuando en los últimos tres años se han recogido dos cosechas pésimas y una tan solo normal, con unos precios del grano bajo mínimos, en los que no se aprecia variación alguna.
Mínimos productivos
La evolución del clima, el cambio climático que ya está aquí, exige que las variedades de semilla sean cada vez más resistentes a la sequía para mantener unos mínimos productivos porque los fenómenos meteorológicos serán cada vez más extremos, las temperaturas medias más altas y las lluvias más escasas. La ciencia ofrece ya diferentes soluciones para esos problemas.
Diferentes grupos de científicos han detectado y contrastado que la reducción de estomas (que funcionan como ventanas refrigerantes en las plantas) hace a los cereales más resistentes a la falta de agua. Esa sería la salida ideal para resolver estos problemas. Crear semillas de cereal OMG, Organismos Modificados Genéticamente, resistentes a la sequía y a las plagas.
¿Es eso posible en esta sociedad europea tan satisfecha, tan sobrada de alimentos y tan ecologista de salón? Hoy la respuesta sería claramente no. El debate sobre el empleo de los OMG ha quedado aparcado de alguna manera porque los Gobiernos de los principales países de la UE han prohibido su empleo, algo que no sucede en Estados Unidos o en diversas naciones sudamericanas. En España solo se mantienen las siembras de ciertas variedades de maíz resistentes a plagas concretas.
Los contrarios a su implantación masiva insisten en los perjuicios que acarrea para la biodiversidad del planeta y, de momento, van ganando la batalla.
El debate se relanzará con total seguridad cuando los efectos de la sequía atraviesen los Pirineos y se asienten en Francia y Alemania, como ya ha sucedido en estos últimos años, o cuando se sequen las praderas de Suecia, algo que ya están comprobando.
Ahora mismo, las empresas del sector han logrado imponer la normativa que obliga al empleo de semillas certificadas si quieres acceder a las ayudas de la PAC o contratar seguros agrarios. Grano muy caro y que no garantizan resultado alguno, a pesar de lo que dicen en los prospectos que las publicitan. Las compañías aseguran que el coste de poner en el mercado una de estas variedades ronda los 1,5 millones de euros y requiere el trabajo de diez años, con experimentos de campo. La implantación de variedades OMG podría reducir de forma notable tanto el coste como el tiempo de producción, asegurando una mejor adaptación a las condiciones de la tierra y del clima.
Otro paisaje
El futuro camina hacia allí, se quiera o no, no se puede parar, tan solo se puede orientar, encaminar de alguna manera. Es una senda en la que se lleva ya caminando bastante tiempo. Las variedades de cereal que se cultivan hoy nada tienen que ver con las que llenaban los campos de Castilla que vieron Antonio Machado o Azorín. Ya no quedan esos mares de espigas mecidas por el viento hasta besar los surcos de la tierra gris, el viejo candeal que aguantaba como un campeón y garantizaba una cosecha mínima, lloviera o no, azotaran o no el hielo o el calor, se abonará más o menos. Ahora son plantas mucho más productivas de tallo corto, fuerte, que el viento no puede mecer, porque la paja ya es menos importante, y cabezones, de espigas grandes, con granos en los que se busca mayor peso específico y riqueza harinera, variedades de fuerza que requieren mucho agua, mucho abono y mucho control de plagas, y cuando les falta apenas dan nada.
El paisaje ha cambiado tanto que, por no quedar, ya no quedan ni surcos, que se siembra en llano.
En cualquier caso, esta persistencia de la sequía hace pensar que sería necesario buscar otras cualidades en las variedades de siembra. Habría que bajarse un poco del carro del rendimiento, dejar de buscar esa continua añoranza de los 3.000 kilos de media por hectárea, a la que solo se llega cuando todo va bien, y decantarse por variedades más resistentes, a todo: a la sequía, a las malas hierbas, a los hongos, a los virus…
Plantas que garanticen que se cosecha, ¡cuántas tierras ha habido este año donde la cosechadora no ha podido entrar!, y que rebajen de alguna manera los costes de producción, que descienda el uso de fertilizantes químicos y de fitosanitarios, una de las exigencias de la sociedad actual que reclama métodos de cultivo menos invasivos, más naturales. Lo que supondría también un descenso de la inversión requerida. Una disminución del riesgo del negocio que es al final la agricultura.
Esto requiere un cambio en los planteamientos de todos. De las empresas productoras de semillas certificadas y de los mismos agricultores. A lo mejor hay que volver al trigo candeal, a un nuevo candeal del siglo XIX, al candeal 5.0.