Los detractores de estos proyectos utilizan con sentido peyorativo el término de “macrogranjas”, sabedores ellos de que la etiqueta de grandes, que parece sinónimo de ricos, automáticamente les hace merecedoras de críticas y reproches. Pero es importante analizar los datos para comprender la realidad.
A raíz de la presentación de distintos proyectos ganaderos a lo largo y ancho de Castilla y León, han surgido voces críticas de quienes se oponen a todo, o a casi todo, y anteponen lo que es su concepto de bienestar y tranquilidad a lo que sería una actividad ganadera o una industria que pudiera traer actividad económica y empleo a los pueblos. Los detractores de estos proyectos utilizan con sentido peyorativo el término de “macrogranjas”, sabedores ellos de que la etiqueta de grandes, que parece sinónimo de ricos, automáticamente les hace merecedoras de críticas y reproches. Sin entrar en los trámites administrativos de concesión de licencias y autorizaciones, que eso ya tiene su cauce legal establecido –por cierto caro, largo, engorroso y garantista–, las organizaciones agrarias y sus representantes tenemos la obligación de poner “negro sobre blanco” en lo que respecta al diseño de la política agroganadera del presente y del futuro.
En primer lugar, lo del tamaño no es un capricho, pues la dimensión de las explotaciones, en un mundo globalizado, viene marcada por criterios de eficiencia, y una inversión que se tarda en amortizar no menos de quince años –y contablemente más del doble–, hay que hacerla con la vista puesta en el futuro, no en el pasado que vivieron nuestros abuelos. Afirmo con rotundidad que todas las explotaciones ganaderas proyectadas en la actualidad, o que se proyectarán en los próximos años, van a ser grandes, o al menos grandes a los ojos de los jubilados que viven en nuestros pueblos o de los de fuera del sector que desconocen la realidad del campo. Si ser grandes significa ser más competitivos, significa generar más recursos económicos, significa crear empleo en los núcleos rurales, y significa aprovisionar de manera más eficiente a una industria agroalimentaria que trata de competir en los mercados internacionales, bienvenido sea el tamaño.
Por otra parte, nos sentimos perjudicados cuando se etiqueta un proyecto de macrogranja sin que en realidad lo sea, y me explico. Una granja de producción de cerdos de 3.500 madres, si fuera en un sistema productivo de “ciclo cerrado”, se trataría de un gran complejo ganadero, pues junto a las 3.500 madres se cebarían diariamente otros 42.000 cerdos, para lo que se requerirían naves de superficie equivalente a cuatro campos de fútbol. Pero en lo que no ha reparado quien se opone a estos proyectos, y alegremente califica de macrogranjas, es que ya no se construyen explotaciones porcinas de “ciclo cerrado”, sino que los cerdos se separan de las madres, en pocos días, finalizada la lactancia, y se ceban en naves integradas, de una dimensión media de unas dos mil plazas – dos mil metros cuadrados construidos–, repartidas por el amplio territorio de Castilla y León, y en ningún caso próximas al núcleo de reproductoras. Este sistema productivo del que España es pionera a nivel mundial, y que nos ha situado en el tercer puesto del ranking de países productores y exportadores de porcino del continente, es también el más sostenible, el que da más participación a la explotación familiar, el más acertado desde el punto de vista de la sanidad animal, y el menos agresivo desde el punto de vista medioambiental. Y si ponemos muchas pegas, estas empresas se irán a otro sitio.
José Antonio Turrado. Secretario General ASAJA Castilla y León