Se está fraguando una nueva revolución agraria asentada en dos principios: la introducción masiva de las nuevas tecnologías en los sistemas de producción y la imposición de lo que denominan criterios de producción ecológica y mejora del bienestar animal.
Celedonio Sanz Gil
El agricultor y el ganadero siguen luchando en las tierras y en las granjas como siempre; en estas fechas, preparando los cultivos para el abonado o la poda, alimentando y ordeñando a los ganados, y limpiando y ordenando las instalaciones y la maquinaria. Sin embargo, poco a poco, aunque los profesionales apenas se den cuenta, se está fraguando una nueva revolución agraria asentada en dos principios: por un lado, en la introducción masiva de las nuevas tecnologías en los sistemas de producción y transformación de los alimentos y, por otro, en la imposición de lo que denominan criterios de producción ecológica y mejora del bienestar animal en los métodos productivos. Dos principios que no van en absoluto separados, sino que se imbrican y se enlazan en su aplicación práctica.
Sí, porque ahora el uso de nueva maquinaria o nuevos instrumentos de información en las tareas agrarias no se limita al simple hecho de ayudar a los agricultores y ganaderos en la realización de las labores más duras y penosas o más rutinarias o especializadas. No, ahora se trata de aquilatar al máximo el empleo de medios de producción para evitar cualquier derroche o contaminación por exceso de los elementos naturales empleados. Hay que medir y pesar hasta el último gramo de fertilizante o de fitosanitario aplicado en cada planta, prácticamente una a una, para rentabilizar al máximo su crecimiento sin dañar el suelo. Hay que medir y pesar cada gramo de pienso y de medicamento que se da a los animales para que todo resulte lo más natural posible. Hay que aquilatar cada gota de agua que se emplea para el riego de los campos o la alimentación animal en este planeta cada vez más seco y contaminado.
De esta forma, en el diseño de todos estos nuevos sistemas y programas de producción, el protagonista no será el agricultor y el ganadero, el profesional del campo; ahora el punto central del escenario agrario será la propia tierra y las plantas que se cultivan y los animales que se crían. Hay que evitar la contaminación del suelo y hay que incidir en el bienestar animal.
Hay que pagarlo
Según todos los estudios es lo que se demanda en las sociedades opulentas como la nuestra y los responsables de la Administración y las empresas del sector alimentario están dispuestos a caminar en esa línea. Los ministros de Agricultura de la UE ya han mantenido reuniones específicas para impulsar el uso de las nuevas tecnologías en la producción agraria, en Alemania se produjo una gran manifestación durante la celebración de la gran feria del sector pidiendo una agricultura más ecológica, y las grandes empresas de distribución anuncian cada día el impulso de sus alimentos ecológicos.
En esta línea, una de ellas anunció la colocación de cámaras de vigilancia de acceso público en los mataderos que les distribuyen sus productos cárnicos después de la polémica creada por unas imágenes en las que se veía el trato deplorable, vergonzoso, que se dispensaba a los animales en un matadero de la provincia de Segovia.
Ahora bien, todas estas cosas quedan muy bonitas de cara a la galería, en las declaraciones en los medios, pero en su traslación a la realidad los problemas son evidentes. El primero y más inmediato es el económico. Todo esto requiere dinero y nadie quiere ponerlo. Ni los productores, ni las empresas de distribución, ni los consumidores, ni los Gobiernos.
Los productores no pueden acometer por su cuenta y riesgo los enormes dispendios que conlleva la introducción en sus explotaciones de todos estos modernos sistemas de producción o de los condicionantes que se introducen con los instrumentos de mejora del bienestar animal en sus instalaciones en dos vertientes.
Por un lado, muy pocos pueden hacer frente directamente a las inversiones necesarias en unos momentos de enorme incertidumbre en la mayoría de los sectores productivos, su capacidad de endeudamiento y su disponibilidad de crédito están agotadas, y más con una Política Agraria Común en reforma permanente, con la que nadie sabe qué pasará después de 2020.
Competencia internacional
Por otro lado, los movimientos agrarios hay que contemplarlos en un plano global. Hoy los mercados de materias primas dependen de los volúmenes y las necesidades de importación y de exportación, y la competitividad es enorme. Los agricultores y ganaderos de la UE no podrán mantener la rentabilidad de sus explotaciones ni podrán competir con los de otros países si se les siguen incrementando sus costes de producción de manera significativa con la introducción de nuevas medidas de “greening” o de bienestar animal en la normativa reguladora del sector. Normativa mucho más estricta que la que se sigue en otros países que tienen así una ventaja competitiva evidente.
En el lado del consumidor las cosas tampoco están tan claras. A pesar de todas las manifestaciones a favor de la agricultura más ecológica, una encuesta realizada entre los consumidores alemanes indica que apenas el 16 por ciento de ellos estaría dispuesto a pagar más por los alimentos para introducir esos métodos de producción. Un 16 por ciento, siempre y cuando ese incremento de los precios estuviera en torno al 10 por ciento. Si la subida de los precios de los alimentos se situara entre el 15 y el 20 por ciento, apenas un 8 por ciento de los consumidores alemanes estaría dispuesto a pagarlos. ¿Cuál sería el porcentaje real en España?, quién sabe, pero no superarían los números alemanes, aquí tenemos un nivel de renta inferior y una conciencia ecológica menos instalada.
Es muy fácil declararse ecologista, animalista y protector del planeta, pero cuando de verdad hay que demostrarlo, cuando hay que pagar la factura de nuestro propio bolsillo, las cosas ya no son tan sencillas.
En cualquier caso, la actividad agraria va a dirigirse por estos derroteros en los próximos años, sin ninguna duda. Es preciso que todos los profesionales lo asuman, que todos los hombres del campo se tienten la ropa en cada una de sus acciones porque, aunque parezca que están solos en sus tierras o en sus granjas, hoy cualquier acto de cualquier persona puede ser grabado y difundido al instante por todo el mundo, y todo lo que tiene que ver con la naturaleza y la alimentación tiene un seguimiento masivo e instantáneo.
El agricultor y el ganadero tienen que ser considerados los principales aliados del verdadero ecologismo, porque la persistencia de la agricultura es la única garantía para el mantenimiento la vida en los pueblos, en el medio rural, en los últimos rincones naturales de la humanidad, más allá de los doctrinarios que sólo aceptan posiciones maximalistas que ni ellos mismos pueden mantener.
Es fundamental cómo se hace, pero aún es más importante el quién. Quién lo hace y quién lo hará, porque en la UE sigue desapareciendo un profesional del campo cada minuto, porque más del 60 por ciento de los agricultores y ganaderos tienen más de 55 años y más del 70 por ciento no tiene sucesor en la explotación. Protegerlos debe ser un núcleo central del ecologismo futuro, o simplemente no habrá.