Donaciano Dujo. Presidente ASAJA Castilla y León
Dentro de más o menos un mes comenzará a cosecharse en Castilla y León. Sean cinco, seis o, ojalá, siete millones de toneladas, dependerá del tiempo, de la lluvia que caiga y de que las temperaturas se comporten, sin traer heladas ni tampoco bochorno que agoste antes de tiempo al cereal. Las toneladas, pues, no están de nuestra mano ni son seguras, y tampoco por desgracia es seguro el precio que recibiremos por ellas, sometido a tantas presiones en los mercados mundiales. Lo que sí es seguro es que tendremos que afrontar los gastos que la cosecha acarrea y, muy principalmente, el del gasóleo.
Se avecinan muchas horas de tractor y cosechadora, y también muchas horas de motor para impulsar el agua en las zonas regables. Y como en este trabajo tan importante es el precio de lo que se vende como de lo que se compra, los agricultores nos tememos lo peor. Si hace un año iniciábamos la cosecha con el gasoil agrícola a 60 céntimos litro, este 2018 los precios marcan ya 80 céntimos litro, un 33 por ciento más. Y por desgracia, esta tendencia amenaza con agravarse, por la inestabilidad en el panorama internacional, con lo que podríamos coronar la cosecha con el gasóleo a cerca de 90 céntimos, alcanzando el récord histórico de 2008 y también de otoño de 2011.
Desde que llevo en el sindicalismo agrario, desde ASAJA hemos pedido al Gobierno que instaure un gasóleo profesional para el sector. Motivos hay de sobra, puesto que los agricultores no podemos repercutir en el precio de nuestros productos los costes de producción. Por decirlo de otra forma, estamos entre la espada y la pared: entre la necesidad de afrontar las tareas necesarias para llevar a término la cosecha, y el temor, muy fundado, a que los costes superen los ingresos. Una explotación profesional de secano en Castilla y León consume una media de 15.000 litros, lo que significó el año pasado un coste importante, de unos 9.000 euros; pero en este 2018, con los precios desbordados, el gasto en carburante podría subir alrededor de un 35 por ciento, es decir, más de 12.000 euros. Y esos 3.000 euros son una gran distancia, la que hay entre sacar algo en limpio de un año de trabajo, o directamente quedarse igual, con el cuerpo cansado y la maquinaria gastada y sin amortizar.
Esto, hablando de secano. Pero también llegan los meses de máximo trabajo y consumo de gasóleo para el regadío. Regar cada hectárea por sondeo supone una pequeña fortuna, y con unos precios como los actuales directamente una ruina.
Por si fuera poco, estos días se conocía que el Gobierno nacional unificará el impuesto especial de hidrocarburos, lo que implicará que a partir de 2019 se aplicará en todo el país de forma homogénea, incluido Castilla y León, comunidad en la que hasta ahora no repercutía el tramo autonómico. Como siempre, en lugar de ponerse de acuerdo en lo bueno, unifican en lo malo, y en pocos meses cada litro se verá gravado por este “centimazo”.
Al final, y aunque los pronósticos de cosecha sean bastante mejores que los del año pasado, los agricultores nos preguntamos cuánto dinero limpio nos quedará en el bolsillo. Muy, muy difícil que podamos compensar, ni en varios años, las pérdidas de la sequía de 2017.