Los precios de los alimentos en el mundo en los últimos años han registrado los niveles más bajos de la historia. No obstante, esta situación parece estar llegando a su fin. Hay una subida sostenida de los precios de la alimentación, en la que hay que destacar la evolución de los precios en los productos que llevan el calificativo de verdes o ecológicos, donde se está generando una verdadera burbuja inflacionista. Y todo esto, ¿cómo repercutirá en los productores?
Celedonio Sanz Gil
La sociedad actual sigue buscando coartadas para justificar su consumo desaforado. Ahora, pasados los fastos de la Navidad, tocan las rebajas de enero, las de invierno, algo muy nuestro, español, aunque ya descafeinadas con tanta competencia de propuestas extranjeras que se reparten por los meses de otoño, que van del Black Friday al Día del Soltero, pasando por el Ciber Monday. Podemos buscar muchas causas de origen psicológico o sociológico para justificar por qué los individuos nos lanzamos a comprar. En cualquier caso, la razón fundamental es que hay dinero para gastar, y esa disponibilidad monetaria de las familias se debe en buena parte al sector agrario, ya que su profesionalidad permite reducir el gasto esencial en alimentación, algo de lo que nadie parece darse cuenta y que, por supuesto, nadie agradece a los agricultores y ganaderos.
La cuestión es que los precios de los alimentos en el mundo en los últimos años han registrado los niveles más bajos de la historia, según el Índice de Precios de la Alimentación que realiza la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura. Descontando el efecto de la inflación, los precios actuales estarían casi un cincuenta por ciento por debajo de la media del último siglo. Unos bajos precios que se deben al buen hacer de los agricultores y ganaderos, que siguen año a año elevando sus estándar de productividad y de calidad, y a la competencia del libre mercado mundial. Agricultores y ganaderos que en España soportan unos precios muy bajos de mercado para su producción, año tras año, sea la cosecha buena o mala. Ellos son los que financian al final los beneficios de la industria y la distribución, que no decaen, sino que se aprovechan de esos bajos precios de los productos en origen, y permiten que los precios pagados por el consumidor no se disparen.
Dinero disponible
El gasto en alimentación es algo inexcusable para cualquier familia. Hay que comer, y comer bien. En circunstancias normales el gasto en alimentación acapara prácticamente la tercera parte del gasto medio total en cada casa. Es la mayor partida, un gasto diario, y cualquier ahorro en ella supone elevar de forma considerable el dinero disponible para realizar compras en otros sectores, desde el textil al automovilístico o la reforma de la casa, en mobiliario y decoración o en equipos informáticos, gastos en infraestructuras o en simple ocio. Aquí siempre recuerdo un compañero de trabajo que decía claramente que él compraba todos los alimentos de marca blanca y el dinero que ahorraba en la cesta de la compra se lo gastaba en cubatas los fines de semana. Cada uno tiene sus prioridades.
No obstante, esta situación parece estar llegando a su fin. En el mes de noviembre el índice de precios de la alimentación de la FAO registraba un incremento cercano al 10 por ciento respecto al año anterior. Aumento debido sobre todo a la subida en los precios de la carne, donde influye mucho la mayor demanda de China que ha visto arrasada su producción de carne de cerdo por el efecto de la peste porcina, y el azúcar, mientras en los vegetales y los aceites se mantenía una ligera tendencia a la baja. Las perspectivas indican que esta tendencia alcista se mantendrá en los próximos meses. Por dos razones fundamentales.
Por un lado, la demanda se mantendrá un crecimiento constante, debido al aumento de la población, y a las nuevas necesidades alimenticias de la población en los países en desarrollo, que requieren más carne en su dieta, aunque en los países desarrollados los nutricionistas insistan en que es necesario recortar la ingesta de carne. Por otro lado, los precios subirán porque los productores ya no pueden soportar unos niveles de pagos tan bajos por sus cosechas o por sus animales, acuciados por los mayores costes que les imponen las restricciones de índole ecologista en su actividad. Ni la competencia internacional puede rebajar ya más los precios. Y, por supuesto, las industrias y las empresas de distribución no están dispuestas a perder sus márgenes de beneficio, con lo cual, cualquier aumento de los precios al productor, en origen, los trasladarán a los precios finales al consumidor.
Burbuja verde
En las sociedades desarrolladas, como la nuestra, ese incremento en los precios de la alimentación no será sustancial y no causará, de momento, mayores problemas. Provocará un aumento limitado de la inflación, que está bastante controlada, en tasas muy bajas, y es posible que se produzca una contención del gasto y aumenten las tasas de ahorro. Sin embargo, una leve subida de los precios de los alimentos es un auténtico drama para esos más de tres millones de personas en el planeta que pasan hambre cada día.
En esta subida general de los precios de la alimentación hay que destacar la evolución de los precios en los productos que llevan el calificativo de verdes o ecológicos, donde se está generando una verdadera burbuja inflacionista, y cada vez parecen ocupar un nicho de mercado más amplio, restando espacio a los alimentos convencionales. Unos precios en muchos casos disparatados, sin que haya un motivo real que justifique las cantidades que se pagan. Productores que se aprovechan de la creciente preocupación por el cambio climático, el aumento de la contaminación y la degradación de la naturaleza. Productos que en muchos casos no tienen garantía alguna por mucho que se vendan como biológicos o naturales. Mucha gente, por convicción o por esnobismo o por pura tontería está pagando el gusto y la gana y parece que nadie estar dispuesto a poner coto a este desmadre.
Lo mismo sucede con alimentos extraños a nuestra dieta que están ocupando un puesto destacado en los estantes de los comercios. Productos que van desde la quinoa al alga kombu o la seta enoki, que esas páginas de Internet de pseudo naturópatas u de terapias raras de origen orientalista recomiendan para cualquier cosa, desde adelgazar a beneficios para el corazón, la piel o la próstata o lo que sea.
Los estudios científicos ya han demostrado que eso que algunos denominan “súper alimentos” no existen. Sus características nutricionales son iguales o, en muchos casos, peores que los alimentos convencionales y que nada supera la calidad de la dieta mediterránea y variada. La etiqueta de alimentos ecológicos en ningún caso supone elevar su valor alimenticio. Lo único constatable e incuestionable es que elevan sus precios a unas alturas incomprensibles e inadmisibles.
Porque, plagiando a una importante cadena de distribución, para el campo siempre hay precios bajos.