Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA Castilla y León
Con preocupación y tristeza he visto estos días en los medios de comunicación noticias sobre el número de suicidios de agricultores en Francia y otros países de nuestro entorno. Grave tiene que ser para que el propio presidente Macron quiera poner en marcha medidas específicas, y para que en Estados Unidos se haya aprobado la Ley de Resilencia Rural, para prevenir y reducir los suicidios en el campo.
El hecho por desgracia no es nuevo, aunque se ha agravado este 2020, a consecuencia de la pandemia, que está acarreando mayores problemas económicos y endeudamientos, y también mayor aislamiento social. En Francia, en concreto, se estima un suicido al día en el sector, dato que asusta y revela la magnitud de esta tragedia. Se quiere movilizar un cuerpo de centinelas para detectar las crisis humanas en el campo francés, procurando coordinar con más eficacia las ayudas al sector y a la vez acompañar y apoyar a los agricultores con problemas. En Estados Unidos el propio gobierno quiere colaborar con los estados para establecer redes de apoyo específicas.
Por fortuna en España, y en concreto en Castilla y León, la situación no es tan grave, aunque tristemente todos tenemos conocimiento de algún caso similar. Cuántas vueltas y sufrimiento habrá dado esa persona a los problemas que tiene, cuántas veces los habrá intentado solucionar, y qué habrá pasado por su cabeza antes de tomar esa fatal decisión. Unos dicen que son cobardes; otros que valientes. Son solo palabras vacías, puesto que no sirven para recuperar una vida, que es lo único que de verdad tenemos.
Los problemas de nuestros agricultores y ganaderos no son menores que los del país vecino. Pero nuestra forma de vivir sí es diferente. Aunque hacemos muchas horas solos, sabemos que habrá un hueco para tomar un café o un vino en el bar del pueblo y hablar con otros agricultores del problema que nos ronda la cabeza. A veces te podrán echar una mano, a veces te darán un consejo; otras te dirán que no es para tanto, y comprenderás que es así, que todo se pasa y cada día amanece.
Esos ratos, que tanto bien hacen al agricultor, ahora están muy limitados, por culpa de la maldita pandemia. Solo el que vive en un pueblo sabe lo importante que es un bar abierto. Cuando pasen estos meses de limitaciones, la mayoría de los bares reabrirá sus puertas, aunque puede que alguno no. En los pueblos más pequeños cada vez hay más puertas cerradas: la del maestro, la del médico, la del farmacéutico, la del cura, la de la Guardia Civil… Todas esas puertas que se van cerrando hacen mucho más complicada la vida a los que se quedan, no solo por el servicio que prestaban, sino porque cada vez hay menos lugares a los que dirigirse y con quien comunicarse.
Todo eso afecta también a los agricultores y ganaderos, que no necesitan solo un tractor, una nave y una palmadita en la espalda del ministro de turno. Hay que ser solvente económicamente, y también fuerte mentalmente. Por eso, hay que ayudar a todos esos chicos y chicas que estos días tramitan su incorporación a que presenten un plan de empresa viable, pero también dejarles que establezcan su casa donde su vida pueda ser viable también. Y a todos los hombres y mujeres del campo que sientan que los problemas les bloquean, que sepan que en nuestras oficinas no estamos solo para contratar un seguro o hacer la PAC: que ASAJA es una organización de agricultores y ganaderos, y que ante todo estamos para escucharlos.
*Artículo publicado en el suplemento Mundo Agrario de El Mundo de Castilla y León (25/01/2021)