José Antonio Turrado, secretario general ASAJA Castilla y León
Los intereses a corto plazo de agricultores y ganaderos no siempre son coincidentes, pero a largo plazo, que es como hay que ver estas cosas, un sector no es nada sin el otro. Por eso, la estrategia de éxito de este sector primario en su conjunto tiene que consistir en la colaboración y complementación de ambos, y en afrontar juntos los ataques que llegan desde fuera, que son muchos. Un papel no poco relevante de las organizaciones agrarias surgidas de la Constitución de 1977 ha sido precisamente ese, mantener unidos a agricultores y ganaderos, defender los problemas desde asociaciones generales y no sectoriales, mirando lo que nos une y no lo que nos separa, y destinando nuestros esfuerzos a luchar en cada momento por el que más lo necesita, acortando de este modo las crisis que unos y otros hemos tenido y vamos a seguir teniendo.
El segundo comunicado del Consejo Regulador de la DO Ribera del Duero, alertando del daño de las granjas intensivas, en particular las porcinas, en su zona de influencia, rompe esta necesaria convivencia y aboca a un enfrentamiento entre sectores del que no se puede esperar nada bueno. El territorio en el que se instalan las granjas es amplio, la normativa que las regula y limita su tamaño es estricta, las administraciones están vigilantes del cumplimiento de las normas, así que hay que dejar que cada promotor desarrolle su proyecto de vida en el campo sin que al día siguiente le salga una plataforma de oposición liderada por el vecino de la acera de enfrente. Porque tan legítimo es que una familia haga una granja para vivir de ella como que un inversor compre decenas de hectáreas para plantar una viña y montar su bodega, por más que las aguas vayan favorables a quien explota negocios más glamurosos, y a quien por poder y dinero tiene más posibilidades de comprar voluntades de los políticos que otorgan las licencias.
Salidas de pata de banco como la que ha tenido el Consejo no pasarían de la anécdota si no fuera porque se trata de una institución muy importante en Castilla y León, si no fuera porque es un claro referente en España, cuyas decisiones pueden influir mucho más allá de lo que es el mundo del vino. El sector de la ganadería intensiva, casi siempre discreto y un tanto acorralado, no ha salido al paso de un ataque tan despiadado, pero desde el mundo de las organizaciones agrarias no podemos dejar pasar asuntos como este que enfrentan innecesariamente a nuestra gente, a nuestros agricultores con nuestros ganaderos, a unas familias con otras, perjudicando la economía, y lo que es peor, la convivencia.
Las granjas que hoy proliferan por Castilla y León no son proyectos de ricos asquerosos ocultos tras las siglas de una sociedad anónima, son proyectos de familias, a veces con pocos recursos, que, con la ayuda de las integradoras y de los bancos, se hipotecan por muchos años y trabajan todos los días de su vida para llevarse a casa unos ingresos con los que poder vivir. Y no se hacen fiestas en las granjas como sí se hacen en las bodegas, ni van los políticos a inaugurarlas, ni las visitan personajes ilustres, ni reciben subvenciones, pero no por eso están menos legitimadas.