José Antonio Turrado, secretario general de ASAJA Castilla y León
Dice el ministro de Economía, Comercio y Empresa, Carlos Cuerpo, que cada español vamos a tocar a tan solo un filete en el reparto de la carne que va a llegar a mayores desde los países de Mercosur, si finalmente se ratifica el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea recientemente anunciado por la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. Lo ha dicho así para quitar importancia a los efectos negativos sobre el sector primario, para ganarse a una sociedad que puede llegar a pensar que no es para tanto el ruido y la crítica de quienes producimos alimentos y nos estamos oponiendo a ese futuro tratado, si todo se reduce a un filete al año. Independientemente de que el señor ministro se refiera a un bistec de restaurante de menú diario o a un chuletón vasco de club gastronómico, e independientemente de que le hayan hecho bien, o no, las cuentas, yo le digo que no solo es una cuestión de cantidad, y que le regalo el que me toca, que no pienso comérmelo. O me lo tendré que comer, porque la cuestión es que como consumidor no podré elegir, porque no estará diferenciado en los lineales, e incluso no podré saber que lo que me están ofreciendo es un producto que ya sufrió un proceso de congelación y descongelación, que no es nada malo, pero también tengo el derecho a saberlo.
No quiero mi chuleta de Argentina, o mi muslo de pollo de Brasil, porque tengo pruebas suficientes de que no se ha producido con los mismos estándares de calidad que hay impuestos en los procesos productivos de España y del resto de la Unión Europea. Los animales se han criado bajo el uso de antibióticos que aquí están prohibidos para evitar resistencias en las enfermedades humanas; se han criado consumiendo soja y maíz transgénico que aquí está prohibido cultivar; se han criado en condiciones de hacinamiento en las granjas sin tener en cuenta las mínimas prácticas de bienestar animal; se han criado consumiendo productos anabolizantes –promotores del crecimiento– que en Europa llevan décadas prohibidos; no hay garantías suficientes de que se hayan respetado los plazos de espera tras el uso de medicamentos; se habrán deforestado cientos de hectáreas de selva por cada tonelada de carne que se exporta; se habrá procesado la carne en plantas donde no se habrá controlado suficientemente la higiene; se habrán admitido en la cadena de sacrificio animales sin un estado de salud óptimo; y se habrá empleado mano de obra que trabaja con sueldos tercermundistas y sin apenas derechos laborales.
Mientras el Gobierno de España prepara a la sociedad para justificar un acuerdo de libre comercio con Mercosur, y se olvida una vez más de un sector primario al que ya considera perdido ante una próxima contienda electoral, los agricultores y sus representantes seguiremos buscando aliados para que el acuerdo no prospere, o al menos no prospere en las condiciones en las que se ha planteado, sin cláusulas espejo. Y esos filetes y muslos de pollo aguados por las toneladas de anabolizantes que han ingerido los animales, que los lleven todos al restaurante de Moncloa, que es lo que se merecen.