«El campo ha pasado de estar solo en manos de Dios a estar en manos de Dios y de cuatro grandes compañías: Dow/Dupont, BASF, Bayer/Monsanto y ChemChina»
Por Celedonio Sanz Gil
La lluvia devuelve el optimismo al campo. Es el sentimiento atávico del agricultor y ganadero. Lo que de verdad importa es ver las plantas verdear en los sembrados y contemplar cómo las praderas desarrollan los pastos que acojan a los ganados. Más después de un año de sequía extrema que se tragó media cosecha y de una nueva siembra sin ninguna expectativa clara, con la tierra envuelta en polvo seco.
El año pasado hasta la primavera la cosecha era prometedora y la falta de agua lo torció todo. Ahora parece que la cosa se puede enderezar, aunque todo vaya muy atrasado. Los más osados aventuran una buena cosecha, el suelo ha recuperado un grado de humedad satisfactorio, los acuíferos subterráneos se han vuelto a llenar y las corrientes de agua superficiales llevan un volumen considerable. Todo ello, sin que hayamos despedido a la nieve y se haya producido el deshielo primaveral.
En cualquier caso, las cosechas solo se cuenta una vez pesado el remolque y guardadas en el almacén. Siempre queda latente el peligro de una mala helada, de un asuramiento por temperaturas demasiado altas, de una tormenta de granizo o de tantos peligros ambientales que acechan traidores en cualquier momento y lugar. Esos hechos puntuales también van con la esencia misma de la actividad agraria, son clásicos, se asumen, y su amenaza se puede superar, hay que vivir con ella. Insuperable es la amenaza estructural de un campo sin agua y sin vida.
Ahora bien, si la vuelta del agua hace que la vida se recupere lo que no está nada claro es que el anuncio de una buena cosecha albergue la llegada de un aumento de la renta para los profesionales del campo. Primero porque los precios de los medios de producción han seguido aumentando en este invierno hasta niveles inadmisibles, sin justificación alguna, y, segundo, porque los operadores de los mercados agrarios ya están aprovechando esta mejora de las perspectivas para presionar a la baja los precios del grano de la nueva cosecha.
Yugo de oligopolio
La evolución de los precios y de la misma estructura empresarial de los medios de producción en el sector agrario es muy preocupante. Hay una situación de oligopolio, pocas empresas multinacionales que dominan el mercado, y la reciente aprobación de la fusión de Monsanto y Bayer por la UE supone apretar un poco más el yugo que rodea la garganta de los productores. Es un oligopolio total, no actúan en un producto único para una etapa determinada del cultivo, de la evolución de una planta o de una especie ganadera. No, dominan a su antojo todas las etapas de producción vegetal o de crianza animal. A los agricultores y ganaderos no les queda otra que plegarse a sus designios, con la aquiescencia de las autoridades responsables que siempre se pliegan ante su enorme influencia y poder. Ellas son las que, de verdad, mandan. El campo ha pasado de estar solo en manos de Dios a estar en manos de Dios y de cuatro grandes compañías: Dow/Dupont, BASF, Bayer/Monsanto y ChemChina, que se quieren poner a su altura.
La rueda funciona así. Son estas empresas las que ponen las semillas a disposición de los agricultores, exigen sembrar unas variedades certificadas, que ellas aseguran son más productivas y que las han obtenidos tras grandes procesos de investigación y de inversión, que, por supuesto, deben rentabilizar imponiendo su siembra a los productores durante el periodo que estimen conveniente a unos precios que van para prohibitivos. Por si fuera poco, las autoridades “obligan” a sembrarlas porque de no ser así no permiten asegurar la cosecha ni la recogida de intervención.
Estas semillas vienen ya con unas especificaciones precisas de necesidades de abonado, en función de las tierras de cultivo. Resulta que esos fertilizantes son también suministrados por empresas que pertenecen al grupo que desarrolló las variedades de semillas. Lo mismo sucede con los fitosanitarios; todos, al final, provienen de una misma marca.
Que nadie se equivoque, no se les pueden pedir daños y perjuicios. Alguien que lea los prospectos de los sacos de semillas puede pensar que prácticamente crecen solas: no necesitan apenas laboreo, el agua les da casi lo mismo, el abono lo aceptan por compromiso y son resistentes a un montón de plagas animales y vegetales.
Como delincuentes
La realidad es muy distinta. Si viene el año seco las espigas ni salen y las plantas se agostan sin madurar. Tallo apenas tienen con lo cual la producción de paja cae a límites inadmisibles. Al tener una mayor potencia de salida exigen un abonado más intenso y costoso. Además, en los últimos años estamos asistiendo a un rebrote de plagas en los campos de cultivo que parecían ya superadas, precisamente porque estas nuevas variedades de semillas no tienen la resistencia de las anteriores, y se hace necesario acudir a fungicidas varios, que también ellos fabrican. En los suelos las malas hierbas siguen comiéndoles terreno a las plantas, con lluvia o sin lluvia. Por todo ello, hay que dar un par de vueltas más con el tractor y usar fitosanitarios específicos para cada momento y necesidad. Productos que, ¡Oh, sorpresa!, también producen y distribuyen las mismas empresas que generan las semillas y los fertilizantes.
Al agricultor y al ganadero se les obliga a morir al palo.
A todo esto, hay que añadir la nueva exigencia de esta sociedad, y de las propias autoridades, de introducir en todos los ámbitos productivos los hábitos ecológicos. Ahora, al agricultor y al ganadero profesional se le presenta, en ciertos lugares, poco menos que como “delincuente”, que con su trabajo diario se están cargando la naturaleza por utilizar todos esos productos: semillas, fertilizantes y fitosanitarios que provienen de la investigación humana. Cuando, en realidad, no se les deja otra opción y son las mismas administraciones, con sus exigencias y su plegamiento a las demandas de las grandes industrias, las que están extirpando del campo cualquier atisbo de proceso de producción tradicional. Mientras, crecen las explotaciones alternativas, con el sello ecológico, a las que se les permiten unos precios mucho más elevados, que los consumidores pagan sin saber a veces muy bien con qué garantías cuentan y qué es lo que en realidad están comprando.
Esto no parece importar a nadie. Como tampoco importa que los precios de las semillas suban en otoño, cuándo hay que sembrar, o los del abono en invierno, cuándo hay que abonar, o los de los herbicidas en primavera, cuándo hay que echarlos. Una y otra vez y muy por encima del IPC.
Por si esto fuera poco, en la campaña actual se juega con un incremento de los precios de la energía, la electricidad y el gasóleo, y con expectativas de incremento del precio del dinero, que elevarían los tipos de interés de los préstamos de campaña.
Si se va sumando y sumando, es muy difícil que las cuentas salgan con margen positivo. Aunque llueva.
La alegría, eso sí, que no nos la quite nadie: jodidos, pero verdes y contentos, otra cosa es.