Celedonio Sanz Gil
La Unión Europea se encuentra en estos momentos en una tesitura muy complicada, está amenaza en múltiples flancos, lo que genera una sensación de debilidad que se extiende a todos los ámbitos. En el plano político su influencia ha sufrido un notable descenso, lastrada por las divisiones internas entre los países del Norte, más disciplinados en sus aplicaciones presupuestarias, y los del Sur, donde reina el déficit en sus cuentas públicas, y sin un papel preponderante en las luchas geoestratégicas que dirimen Estados Unidos, China y Rusia. La expansión de la UE está paralizada y su integridad territorial a punto de romperse con la pretensión de salida del Reino Unido y su ya famoso brexit. Todo esto interfiere en la situación económica que puede verse arrastrada a una nueva crisis, con la que siempre ha sido la locomotora europea, Alemania, a punto de entrar en recesión y el Banco Central Europeo obligado a continuar con su política de incentivos monetarios ante la falta de músculo productivo en casi todo el espacio comunitario.
Sin embargo, el sector agrario en la UE parece ajeno a todas estas cuestiones, a los vaivenes del mundo que le rodea. La Política Agraria Común sigue impertérrita, metida en su propia dinámica, en sus sistemas de mercados, de producciones y precios. En los debates interminables para su continua reforma. Sobresaltada por las nuevas evidencias del cambio climático, por la necesidad de adecuarse a las exigencias de una sociedad más ecológica y por el abandono de los pueblos que no cesa. Reformas engañosas porque nunca favorecen al profesional del campo, solo satisfacen a los miles de funcionarios que se entretienen con sus informes y comprobaciones, antes con sus papeles y ahora con sus programas informáticos, que casi nunca funcionan como deberían.
Planes de defensa
En cualquier caso, hay que tener muy claro que este debilitamiento estructural de la UE acabará afectando a la Política Agraria Común y supondrá también un cambio en sus pilares fundamentales, más allá de las reformas que se sigan negociando. Por eso, es conveniente que las autoridades españolas, tanto la estatal como la autonómica, tengan planes de futuro elaborados para defender el sector agrario nacional ante todos los incidentes que se avecinan.
La UE y el Gobierno español han puesto en marcha planes para afrontar las posibles incidencias de un brexit duro en las próximas fechas, pero nadie habla de las consecuencias que pudiera tener en el sector agrario.
Como siempre el campo sigue en un segundo plano, casi olvidado, y su situación se despacha en las cúpulas gubernativas con unas cuantas frases genéricas y de buena voluntad: “No bajará el presupuesto de la PAC para España”, “la PAC tiene que garantizar el desarrollo del medio rural y el relevo generacional”, pero sin definir planes ni medidas concretas.
Parecen obviar que los agricultores y ganaderos viven con la PAC y sus consecuencias -no siempre buenas- cada día, que ese paraguas que fue la PAC hace mucho tiempo que se agujereó y ya apenas quedan los palos del sombrajo, que no bastan para cubrir a un campo cada vez más envejecido y abandonado y una explotación familiar agraria abocada a la desaparición.
Este verano un viejo agricultor, ya jubilado, insistía en que era incomprensible cómo seguían bajando los precios del trigo y de la cebada, si se confirmaba que la cosecha de este año había bajado en torno al 30 por ciento. Había que explicarle que la cosecha en la UE había aumentado casi en un 10 por ciento, y que la llegada de grano excedentario de Francia y Alemania compensaba la caída de grano nacional y por eso los precios en España no solo no subían, sino que seguían a la baja.
Al mismo tiempo, solo unas semanas después, en Caen, una ciudad portuaria de Normandía, en el noroeste de Francia, camino de la impresionante abadía de Mont Saint Michel, oía a un directivo de una empresa agraria dedicada a la exportación de grano, insistir con vehemencia en que uno de los objetivos de la PAC para ser más eficaz y menos costosa, en un mercado realmente común, debería ser que en países como España e Italia no se cultive cereal en secano. Su argumento era incuestionable. El rendimiento medio en los últimos cinco años del cultivo de trigo en España se sitúa en 2.940 kilos por hectárea, mientras en Francia alcanzan los 7.350 kilos por hectárea. El trigo español no puede ser competitivo.
Reconocía que llevarlo al extremo era algo casi imposible porque ningún país puede renunciar a su soberanía alimentaria, por muy miembro de la UE que sea, y porque, en esa misma dinámica de la PAC, se debería compensar con la reducción en Francia de otro tipo de cultivos que son mucho más productivos en España.
Ese objetivo genérico que él reivindicaba sí lo van imponiendo poco a poco, calladamente, dejando actuar a los mecanismos de mercado. Habría que cuantificar el número de agricultores españoles que este año han incurrido en pérdidas en su explotación porque la llegada de grano francés ha impedido que subieran los precios y que, con ello, compensaran en parte el recorte en sus ingresos que han sufrido por la caída de la producción. Cuántos profesionales del campo, por este motivo, se han visto obligados a abandonar su actividad porque veían imposible dar rentabilidad a sus cultivos. Cuántos jóvenes han debido dejar de lado su pretensión de seguir con la actividad agraria por ello, o porque la necesidad de lograr mayor competitividad obliga a aumentar el tamaño de las explotaciones y no queda tierra de cultivo para los jóvenes agricultores que se hubieran podido instalar, por eso mismo.
Todo esto también habría que cuantificarlo en el balance de la PAC para España, no basta con mantener las ayudas, porque esto que pasa en el cereal sucede en otros muchos sectores, como la leche o el azúcar, sin ir más lejos. Al mismo tiempo debemos ver cómo cada año se queman en la frontera camiones españoles cargados de frutas y hortalizas españolas o cómo los productores de cítricos se quejan de las pérdidas que sufren por la entrada de naranjas de terceros países en el mercado comunitario.
Ésta es la razón fundamental para que la PAC, con todas sus ayudas, no frene el abandono de nuestros pueblos, para que cerca ya del 70 por ciento de los profesionales del campo tengan más de 55 años y apenas una tercera parte cuenten con sucesor en su explotación.
Ésta debe ser la razón para que a la PAC se le dé una vuelta entera de una vez, y se consiga que el dinero para el campo se quede en el campo, con brexit o sin brexit, y por encima de Rusia o de China o de Estados Unidos o de Mercosur, sin paños calientes, sin tanta reforma ni tanto informe. No puede continuar esta situación en la que la UE se tambalea y la PAC ni se entera.