El constante sufrimiento que provocan los efectos urgentes de la covid en nuestros pueblos está impidiendo realizar un análisis real y acertado de su influencia en el medio rural, pero sus consecuencias están ahí y es necesario tenerlas presentes para acomodar el día a día a las exigencias que provoca esta enfermedad y que tiene toda la pinta de que estarán todavía mucho tiempo entre nosotros.
En la primera oleada de la enfermedad y del estado de alarma decretado en todo el país se vivieron dos situaciones contrapuestas. Por un lado, los pueblos más pequeños, aislados, no sufrieron apenas consecuencias, fueron muy pocos los positivos y vieron los toros, las penalidades, desde la barrera, por la tele y los medios de comunicación. Por otra parte, las zonas cercanas a las grandes ciudades vieron cómo se adelantaba la avalancha de visitantes del verano, y en muchas zonas de provincias como Ávila, Soria o Segovia la incidencia fue muy importante.
En estos lugares, donde se acumulan muchas residencias de ancianos por estar cercanas a la capital, donde están los hijos, y a los pueblos, de donde provienen los padres, se produjeron bastantes fallecimientos en residencias, que dejaron un regusto muy amargo. También quedó en evidencia la deficiente atención sanitaria. Todos conocemos casos de enfermos que murieron sin que llegara la ambulancia, otros que en la ambulancia hicieron kilómetros y dieron vueltas porque no había hospital que les pudiera atender ni en su provincia ni en las limítrofes, ni en otra comunidad. Para colmo se cerraron los consultorios, y para volver a abrirlos fue necesaria la movilización de todos los habitantes.
Verano confinado
Con el comienzo del verano los pueblos se llenaron, más todavía que en años anteriores. Los habitantes de las ciudades estaban hartos del confinamiento constreñido en los escasos metros de sus pisos y la finalización del estado de alarma a finales de junio fue el chupinazo de salida de gente hacia los pueblos. Mucha gente, incluso, se ha planteado vivir en los pueblos y activar el teletrabajo.
En realidad, los casos concretos de estos traslados han sido muy pocos; sí se han producido actualizaciones de los servicios de segundas residencias ya existentes, sobre todo instalaciones de internet, para posibilitar el teletrabajo. Ahora bien, estas declaraciones de intenciones han servido para que se produzca un repunte de los precios de las propiedades inmobiliarias en los pueblos, algo absurdo cuando en la mayoría hay muchos inmuebles que se venden, que llevan puestos a la venta mucho tiempo, y los propietarios no parecen ser conscientes de que con esos precios que piden nunca se podrán vender.
En todo caso, como los pueblos estaban llenos de veraneantes no se han librado de la nueva oleada de casos de covid que asola toda España. Pueblos y ciudades confinados en Valladolid, Segovia, Salamanca, León… ¿Por qué? Porque los pueblos y el verano hoy se asimilan con fiestas y desenfreno. Jóvenes y no tan jóvenes llevan años solo viniendo al pueblo para festejar, en los bares, en las peñas o en los miles de merenderos particulares que se han construido en los últimos años. El que hoy se hace una casa en el pueblo tiene que hacerse primero el merendero, con su zona de barbacoa, de barra, y todos sus aditamentos.
A esta gente le ha importado muy poco que los ayuntamientos derogaran la celebración oficial de las fiestas. Incluso tras el confinamiento lo cogieron con más ganas. Comer y beber todos juntos hasta altas horas de la madrugada era el caldo de cultivo perfecto para la pandemia. Sus efectos han sido más casos, nuevos confinamientos, pero menos fallecimientos que en la etapa anterior, porque el colectivo de infectados era menos vulnerable.
Ahora en los pueblos comienza una nueva etapa. Con el comienzo del curso escolar se han vaciado. Han quedado los pocos que viven en ellos todo el año. Pero han vuelto los autobuses, que pasan dos veces al día para recoger y dejar a los pocos niños que van al colegio. Niños que viven ya en una pequeña burbuja, porque el nivel de contactos en un pueblo es mucho menor que en la ciudad. Sin embargo, ahora a estos niños que son la alegría, la esperanza de vida y de futuro, se les mira con prevención como una vía abierta al virus. La mayoría de los habitantes del pueblo son mayores, abuelos, todos con patología previas. Un colectivo vulnerable y que sufre enormemente. Sufre porque esta pandemia se ha llevado por delante a muchos familiares, amigos y conocidos. Sufre porque su soledad de siempre ahora se eleva exponencialmente, les dicen que se queden en casa, que no salgan, que no hablen, que no saluden, que no cojan a los niños, que tengan siempre la mascarilla a mano, y para ellos es muy difícil no olvidársela cuando salen a comprar el pan o al huerto o se sientan a la solana o en el banco de la plaza.
A partir de aquí los pueblos, seguramente, volverán a estar libres de covid, porque en sus pequeños grupos es mucho más fácil el rastreo y el control.
Oportunidad perdida
Pero los problemas que genera y los que ha puesto en evidencia siguen estando presentes. Sobre todo, la prestación de servicios informáticos. Los enlaces son más limitados, más lentos, muchas compañías que se anuncian en las ciudades no dan servicios en los pueblos y la falta de competencia hace que los precios sean más elevados. Además, el nivel de renta de la gente que vive todo el año en los pueblos, en muchos casos, no permite la actualización de los equipos informáticos necesarios. De esta forma la enseñanza y el trabajo a distancia, que pueden ser una oportunidad para el desarrollo de los pueblos, se convierten en un obstáculo más para conseguir esa necesaria igualdad con los entornos urbanos.
Por otro lado, hay que exigir un papel más activo a los responsables municipales. No puede ser que con la excusa de la covid se cierren los espacios comunes. Al contrario, es cuando deben estar más abiertos, por supuesto con las medidas de protección adecuadas: con mascarillas, distancia de seguridad, en grupos de menos de 10 personas, buena ventilación… pero al servicio de todos los ciudadanos. Las zonas de wifi libre, las aulas para cursos de mayores, los espacios para los grupos de teatro, de educación física, de actividades deportivas, tienen que estar adecuadamente cuidados pero abiertos.
Además, la suspensión de las fiestas patronales ha supuesto un importante ahorro para las arcas municipales. En los pueblos las principales partidas presupuestarias son la del secretario y la de las fiestas. Por tanto, hay que exigir que los municipios destinen ese dinero a mejorar las condiciones de vida de sus conciudadanos.
Ahora el siguiente hito en la convivencia será la celebración de Todos los Santos y la próxima Navidad. Habrá que espaciar las visitas a los cementerios, y en las fiestas ni los abuelos podrán ir a la ciudad a ver a los nietos, ni las familias numerosas podrán reunirse todas juntas.
Tras una primavera en estado de alarma y un verano de confinamientos se avecina el invierno más frío sin el calor de la Navidad.