Celedonio Sanz Gil
La victoria del Movimiento Campesino Ciudadano, BoerBurgerBeweging, BBB, partido agrarista de los Países Bajos, en las elecciones provinciales de 2023 en este país ha sido la gran noticia del sector agrario. Algo que en España se comenta como un ejemplo a seguir porque será la única forma de que los políticos y sus políticas en la UE comiencen a tener en cuenta a los agricultores y ganaderos como parte de la solución de los problemas de la sociedad y no como causa de todos los problemas, como enemigos.
Este Movimiento nació hace apenas cuatro años, tras las protestas del campo por el obligado cierre de granjas y cultivos por las medidas de reducción de emisiones de nitrógeno y otros impedimentos medioambientales. Algunas de las declaraciones de su líder, Caroline van der Plas, son tan claras y evidentes que muy pocos pueden no estar de acuerdo. Denuncia que en este proceso ha faltado “amabilidad” y que la cuestión no debería ser “los granjeros tenéis que cerrar e iros” sino “ver qué hacer para que los granjeros podáis seguir con vuestro trabajo y la vida en los pueblos y cumplir con los criterios en materia de medio ambiente”.
Aldabonazo agrarista
Es evidente que la sociedad necesita un aldabonazo en este sentido, el agrarista, para variar ese rumbo que están imponiendo los ecologistas de despacho que campan a sus anchas por Bruselas, la Comisión Europea y todas las instituciones de la UE.
Es muy curioso que, según las últimas cifras de Eurostat, la Oficina Estadística de la UE, se puede calcular que por cada agricultor y ganadero profesional existen 1,3 funcionarios dedicados a regular el sector agrario. Burócratas. La mayoría de los cuales, amparados en sus suculentos sueldos, no se dignan a dar un paseo por esos campos que gestionan para conocer la realidad, y, para justificar su existencia, se dedican a elaborar normas absurdas que hacen casi imposible la vida a los agricultores y ganaderos.
Por ejemplo, la Comisión Europea publicitaba a bombo y platillo que ha aceptado una Iniciativa Ciudadana Europea, con el respaldo de más de un millón de firmas en más de siete países miembros, que rezaba: “Salven a las abejas y a los agricultores”. Para ello, abogan por tres medidas
-Eliminar pesticidas sintéticos
-Restaurar la biodiversidad en la agricultura
-Apoyar a los agricultores en la transición a una agricultura sostenible.
Queda claro que los agricultores son un epítome, que para la Comisión Europea y sus miles de funcionarios paniaguados son un mal necesario y que lo fundamental son las abejas. Abejas que sufren por los malvados agricultores, a los que hay que reeducar. La contaminación de las fábricas y los medios de transporte, la extensión de los espacios urbanos que acaba con los prados y los bosques no parece importar en la vida de las abejas. Lo de producir alimentos de calidad y a un precio asequible para acabar con el hambre en la sociedad eso es algo que se da por hecho y que no les importa. Cuidar a las abejas, que han disminuido en más de un 30 por ciento. Que los agricultores hayan disminuido en más de un 60 por ciento en una década da igual.
Alimentos caros
Es más, en los últimos meses diversos responsables de la Comisión Europea, como su vicepresidente, el señor Timmermans, también de los Países Bajos, insisten en sus intervenciones en acusar a las organizaciones agrarias de fomentar el temor a un desabastecimiento alimentario cuando no hay peligro de escasez de alimentos.
Todo esto cuando en España, y en el resto de la UE, estamos sufriendo un brutal encarecimiento de los precios de los alimentos, en especial de los productos frescos, y cuando asistimos cada año a un descenso tremendo del número de explotaciones agrícolas y ganaderas, que abocan a la desaparición a la tradicional explotación familiar agraria. Algo que está mucho más allá de las macrogranjas que ahora parece que es lo único que hay en el campo.
No se niega la evidencia del cambio climático, el campo es el principal sufridor de todos sus efectos: sequías, inundaciones…. Tampoco los problemas por la contaminación de los acuíferos, la emisión de nitrógeno o CO2. Pero toda la sociedad, partidos verdes y gobernantes, tienen que saber que los agricultores y ganaderos deben ser una parte de la solución y no un tumor a extirpar.
La evolución del sector porcino en la UE, uno de los más denostados por el mundo ecologista de salón, es paradigmática. Hace unos años la producción de carne de cerdo en la UE alcanzaba el 125 por ciento del consumo. En 2023 va a quedar por debajo del 110 por ciento. El descenso productivo propicia la disminución de operadores en la cadena, lo que acelera las concentraciones. Además, la falta de oferta hace que aumente el precio de la carne, con lo que muchas familias se ven obligadas a variar su dieta tradicional, reducir su consumo o simplemente pasar hambre. Las personas que se ven obligadas a acudir a los bancos de alimentos u organizaciones de caridad se han triplicado en los últimos años.
La realidad, por mucho que se empeñen en negarlo, es que en las granjas faltan cerdos y que sobran burócratas en los despachos. En Países Bajos lo dice el BBB y aquí parece que ningún político se atreve a decirlo.