Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA Castilla y León
Con la cosecha muy avanzada en la mayor parte de Castilla y León, los peores presagios se han cumplido. La mies es poca y si no hemos acabado antes es por las parcelas que han tenido que esperar la vista de los peritos de Agroseguro, y también porque han dificultado el avance de las cosechadoras las malas hierbas y retoños varios que han nacido a destiempo por las lluvias caídas cuando nadie las esperaba ya. Lluvias que en poco o en nada cambiaron lo que quedó prácticamente sentenciado en abril: la de 2023 pasará a la historia como una de las peores cosechas conocidas por los agricultores en activo, al nivel de la de 2017 o 1992, pero con el agravante de ser la campaña que más dinero hemos perdido. Porque en las labores tuvimos que invertir prácticamente el doble, mil euros por hectárea, en lugar de 500. Las cuentas que nos hacíamos era que habría que conseguir una media por encima de 3000 kilos por hectárea, y cobrar el cereal a 300 euros tonelada para que las cuentas salieran. Pues ni una cosa, ni otra. La media, sumando secano y regadío, no llegará a 2.000 kilos, y la campaña ha partido con precios de alrededor de 250 euros tonelada, aunque en los últimos días ha habido algunas turbulencias en los mercados internacionales, que podrían apuntar alzas. Con todo, una explotación media puede perder alrededor de 50.000 euros, menos lo que te cubra el seguro, si es que lo tienes.
Con estos datos, las ayudas del Gobierno y, cuando lleguen, las de la Junta, van a ser solo un parche mínimo para afrontar los gastos de la próxima sementera. Y el batacazo podría ser aún peor, porque, ante la incertidumbre, el sector ha sido prudente, eligiendo los cultivos con menores gastos. En septiembre de 2022 no sabíamos el fruto que iba a dar la tierra, pero sí que habría que sortear dos variantes peligrosas, una los costes de producción y otra la entrada en vigor de la nueva PAC, con sus exigencias, condicionalidad y eco regímenes.
En la PAC del 23 ha caído la superficie de cereales casi un 15 por ciento, quedando en alrededor de 1,6 millones de hectáreas, y similar descenso ha tenido el maíz, con 116.000 hectáreas, en lugar de las 150.000 que tenía. De ello se han beneficiado cultivos menos exigentes en abono y labores, como las oleaginosas o las leguminosas de consumo animal, que han pasado de las 500.000 hectáreas a las 800.000. En estas decisiones también ha tenido peso la obligatoriedad de cumplir con los eco regímenes de la PAC, muchas veces en contra de la racionalidad agronómica y la rentabilidad de la explotación.
Otro cultivo a destacar es la remolacha, que ha pasado 15.000 hectáreas el año pasado a 25000. Aquí no hay ni más ni menos que precio, porque tanto Azucarera como Acor han subido el pago por tonelada, aunque no tanto como ha escalado el precio internacional del azúcar.
Y si entrado agosto acabaremos la siega, entrado septiembre iniciaremos la siembra, abriendo la campaña las vezas y las colzas y prosiguiendo el resto de las producciones. Dicen las fábricas que habrá una bajada tanto en abono como nitrato, como no puede ser de otra manera, y más tal como está el bolsillo del agricultor. Cada agricultor es dueño de sus decisiones, aunque casi seguro que está de acuerdo conmigo en que no están los tiempos para gastos inútiles ni maquinaria superflua. El objetivo tiene que ser endeudarse lo menos posible, ser prudentes y planificar las siembras con cabeza, porque no sabemos si no habrá dos sin tres, si el 2024 vendrá por el mismo camino de falta de agua.
El nuevo gobierno que se conformará en fechas próximas, y en especial al ministerio de agricultura y ganadería, tendrá como tarea urgente modificar y flexibilizar todo lo posible la PAC a las circunstancias en las que nos encontramos. No podemos malgastar dinero y trabajo con siembras improductivas, cuando nunca como este año en España se va a cosechar tan poco y tener que importar tanto cereal.