Celedonio Sanz Gil
Las previsiones económicas más concienzudas elaboradas para este año 2022 pueden desbaratarse en un momento por el efecto de esta pandemia de Covid, que es el cuento de nunca acabar, aunque las opciones de recuperación siguen siendo válidas. De momento su mala influencia no llega a la marcha de los cultivos y al crecimiento de los animales, que mantienen una buena evolución, azuzados por un clima que encaja dentro de la normalidad, con lluvias en otoño y frío en invierno, aunque habrá que esperar una buena primavera para calibrar el resultado final.
No obstante, por encima del constante aumento de los costes de producción y de otras consideraciones productivas y de cotizaciones puntuales o sectoriales, hay dos iniciativas de evolución social que se dan por consolidadas y marcarán el futuro de la actividad agraria y la interrelación del campo con el resto de la sociedad. Por un lado, la consideración humana y legal del mundo animal y, por otro, el persistente abandono del mundo rural, a pesar de los múltiples foros y congresos que siguen gastando tiempo y dinero para muy poco. En este 2022 es necesario que estos temas queden aquilatados para hacer que se reduzca, en lo posible, su sombra amenazante. Algo que exigirá un esfuerzo conjunto de todos los sectores implicados porque está muy claro que la fuerza del campo es escasa y es preciso el esfuerzo de muchos para mover el apoyo necesario.
El pasado 16 de diciembre se publicó en el Boletín Oficial del Estado (BOE) la Ley 17/2021, de 15 de diciembre, de modificación del Código Civil, la Ley Hipotecaria y la Ley de Enjuiciamiento Civil, que varía el régimen jurídico de los animales. Hasta ahora, en el Código Civil tenían la consideración de bienes muebles, un estatuto jurídico de cosas. Ahora, se reconoce su cualidad de seres vivos dotados de sensibilidad, con un estatuto jurídico de seres “sintientes”.
Esta reforma refleja la mayor atención social hacia el bienestar animal. En principio, se prevé su aplicación para el tratamiento de las mascotas en los casos de separación o divorcio familiar. A la ganadería no le debería, ya que las normas que rigen en las explotaciones españolas, trasladadas de la regulación comunitaria, son las más estrictas y protectoras de todo el mundo para el manejo y el transporte animal.
Dada la posición extremista que se mantiene desde ciertos sectores, incluidos miembros del Gobierno, existe un fundado temor de que todo esto sirva para exacerbar los ánimos en contra de las granjas, más contra las intensivas y de mayor tamaño, que puedan propiciar un incremento de los “asaltos liberatorios” e, incluso, se puedan llegar a judicializar situaciones en las que los productores no tienen opción alguna de ganar nada, aunque la norma pueda estar de su parte. Baste recordar el caso de aquella jueza que, de la noche a la mañana, y sin que nadie lo esperara, acabó de un plumazo con el ejercicio de la caza en toda la comunidad de Castilla y León y obligó a realizar una nueva normativa por vía de urgencia para regularizar de nuevo la situación.
Por todo ello, es fundamental que el campo salga de su tradicional ostracismo y nazca una nueva estrategia de propaganda conjunta para sumar aliados y dejar claro su papel fundamental como sustento de la sociedad, a la que nutre con alimentos de calidad y a un precio asequible, cuando la pandemia ha multiplicado los focos de pobreza.
También en la batalla contra el despoblamiento rural es necesario seguir una estrategia que permita sumar aliados a los agricultores y ganaderos. Para ello, hay que analizar la actividad productiva en nuestros pueblos más allá de la meramente agraria. Es curioso que mientras en los medios se dedican reportajes a nuevas casas rurales o a ciertos restaurantes que se abren con ínfulas de “masterchef”, pero que, en realidad, apenas aportan empleo y riqueza a los pueblos donde se asientan, no se preste la misma atención a las tiendas o negocios de toda la vida que siguen cerrando porque no hay herederos ni sustitutos para los titulares que alcanzan la edad de jubilación.
Por ejemplo, en el sector de la construcción. Desde los años setenta del siglo XX los albañiles han prosperado en los pueblos con un importante volumen de trabajo, tanto por la construcción residencial como por la de naves ganaderas, sobre todo. En aquellas últimas décadas del pasado siglo los chicos que salían de la escuela entraban como barreros en el sector para aprender el oficio, y años después, tras terminar la mili, volvían y montaban su propia empresa: “Construcciones Marcos” o “Pinturas el Majo” o cualquier nombre claro y alusivo a lo que se dedicaban y a su condición personal, que reinaba en las furgonetas y camionetas blancas que compraban para su trabajo.
Desde hace un tiempo ya no salen chicos de las escuelas y los maestros albañiles buscaban mano de obra donde podían, extranjeros en su mayor parte, de los que muy pocos se han asentado en los pueblos, en su mayoría han volado a entornos urbanos en cuanto han podido.
Ahora ellos, los maestros albañiles, están jubilados o al borde de la jubilación y nadie coge el testigo en su empresa. Hoy, cuando en muchos pueblos se vive un nuevo auge de la construcción de segunda vivienda porque la pandemia ha avivado la querencia por el aire libre y la vida campestre, los que buscan albañiles se encuentran con que deben esperar cerca de tres años por la intensa carga de trabajo que tienen los pocos que van quedando.
No hay relevo generacional en el medio rural ni para los agricultores ni para los albañiles. Para nadie.
Por eso es urgente que se pase de una vez de las palabras y de los informes a los hechos, a los presupuestos, y se aporte el dinero necesario, una buena parte de esos fondos de desarrollo de la UE, para hacer atractiva la vida en el medio rural con servicios públicos: transporte, comunicaciones, educación, sanidad… modernos y adecuados para todos los ciudadanos, para todos los trabajos y para todos los días del año, más allá del servicio a los turistas que puedan venir en sus vacaciones.
Si en este 2022 no se abre ese camino ya no quedarán muchas más vías abiertas. El campo, envejecido pero libre y ecológico, necesita forjar nuevas alianzas para superar a sus nuevos enemigos.