Celedonio Sanz Gil
El campo español y el campo francés tienen cifras muy similares ya en el peso económico en sus respectivos países, en el nivel de empleo, en su aportación al sector exterior e, incluso, en la consideración y calidad de sus producciones como ingredientes fundamentales del atractivo gastronómico y turístico. Sin embargo, en sus estructuras organizativas y en su consideración social y política seguimos estando a años luz de los agricultores y ganaderos franceses.
Sin ir más lejos, en septiembre la organización de Cámaras Agrarias francesa celebró su asamblea anual. Todo un acontecimiento recogido en primera página por los medios de comunicación, con discursos de los principales líderes del campo francés, que vistos desde aquí y para alguien ajeno al sector podrían parecer hasta incendiarios, de ciencia ficción, como si viviéramos en otro planeta y no nos separaran unos cientos de kilómetros. Desde luego, los agricultores y ganaderos españoles necesitarían un espaldarazo de ese tipo para salir de la molicie social a la que deben enfrentarse cada día.
El síntoma más evidente de la importancia que se concede a esta reunión, y por extensión al sector agrario, en la sociedad y en la política francesa fue la presencia del primer ministro, el señor Edourd Philippe. Allí va el primer ministro, igual que aquí. Aquí, donde tenemos que soportar a ministros de Agricultura fantasmas, que no se sabe si existen y de los que se desconoce si tienen alguna buena idea, que vaya más allá de negociar la Política Agraria Común para sacar el mayor rédito posible.
Aquí, donde tenemos a una ministra de Economía, la señora Calviño, que como directora general de la misma sección en la UE firmó el informe que pretendía rebajar un treinta por ciento el presupuesto de la PAC y que ahora debe respaldar la postura nacional de que no se pierda ni un euro.
Aquí, donde en cada remodelación de Gobierno vivimos con el susto en el cuerpo porque se amenaza con la desaparición del Ministerio de Agricultura como si fuera un apéndice sobrante, inútil, que se mantiene porque es una parte más del cuerpo institucional gubernamental y apartarlo exige una operación complicada, así que se le deja como algo secundario y subsidiario.
Aquí, donde tenemos que aguantar a consejeros fantasmas con plenas competencias pero que siempre echan balones fuera y culpan a otras instancias de gobierno. Empeñados en sacar adelante sus luchas intestinas, sus batallas pueblerinas, que llenan de subvenciones sus empeños chiquitines y no llegan nunca a poner freno a los grandes problemas: al aumento de los costes, al envejecimiento de la población, a la carencia de servicios públicos modernos y adecuados a las necesidades de un campo moderno y competitivo.
Aquí, donde las Cámaras Agrarias han pasado a mejor vida y en las provincias que se mantienen lo hacen sólo por el nombre, sin peso, sin presupuesto, y sin que los agricultores y ganaderos hayan sido capaces de crear unas estructuras organizativas propias, que heredaran su gran patrimonio, que ha desaparecido con ellas sin que se sepa muy bien dónde está, ni su influencia en la resolución de conflictos y en la valoración de su imagen política y social.
Volvamos allí, a esa Francia que tantas veces denostamos pero que otras tantas nos de ejemplos de vida y esperanza. Porque el presidente no acudió a la asamblea con las manos vacías. No fue a saludar, a hacerse las fotos y a decir cuatro insustancialidades en un discurso programado por sus asesores para salir del paso. No, sabía muy bien que el auditorio no se lo permitiría.
Sabía que allí estaban los gerifaltes de esas cuadrillas que cada primavera son capaces de parar el tráfico y destruir camiones con mercancías españolas para proteger aquellas de sus producciones en crisis. Los mismos que entran en un hipermercado y arrasan a los productos extranjeros. Todo sin que les pase nada. Es más, al día siguiente la propia empresa da un comunicado defendiendo los productos franceses y dejando claro que les dará prioridad en sus estantes. Igual que sucede aquí, que se tiran unos litros de leche a la puerta de un centro de la misma empresa y los ganaderos tienen que enfrentarse a juicios y multas sin fin.
Por eso, el primer ministro ante los agricultores y ganaderos franceses anunció, entre otras cosas, tres medidas de enorme calado que su Gobierno llevará a cabo de forma inmediata. No eran castillos en el aire, llevó los pelos de la burra en la mano.
Apoyo a los jóvenes
Dos medidas fiscales. Un importante aumento en la deducción en el impuesto de la renta para los jóvenes agricultores con ingresos más bajos y, en segundo lugar, anunció que triplicará el límite de exenciones para las transmisiones de arrendamientos rurales a largo plazo. Dos medidas para fomentar el relevo generacional, para apoyar a jóvenes que no tienen ni tierras para conformar unas explotaciones rentables ni dinero ni acceso a créditos para aguantar los envites del mercado. Si eso les sucede a los franceses, en España pueden multiplicar por veinte las dificultades que tienen los jóvenes para conformar su futuro en la actividad agraria. Aquí ni tierras, ni créditos, ni, por supuesto, de ventajas fiscales.
También anunció una tercera medida que aquí nos cuesta comprender y que potencia el mecanismo francés para afrontar los periodos de crisis en un sector determinados. Allí disponen de una Reserva de Tesorería de hasta 150.000 euros que se genera detrayendo una fracción de las ganancias en los periodos de bonanza para disponer de ella cuando la explotación se vea azotada por una de las circunstancias de riesgo recogidas en la normativa, que van desde el pedrisco a la sequía o las enfermedades. Es como un seguro, pero sin peritos y con las cantidades a percibir fijadas de antemano. En este caso eleva de 7 a 10 años el plazo de disposición y se extiende a la viticultura y la ganadería.
Allí se fue el primer ministro francés, con los agricultores y ganaderos, a currar, a trabajarse su aplauso, su voto. Igual que aquí.
Allí, a sólo unos pocos cientos de kilómetros, se demuestra que sí se puede hacer algo para mejorar la situación del campo, que sólo es necesario tener inteligencia y voluntad política, acercarse a las bases y no dejarse llevar por los intereses de las compañías multinacionales que dominan el mercado de los medios de producción o de las grandes empresas de distribución que acaparan el mercado alimentario. Francia, en esto, es un ejemplo, para todos, para los agricultores y ganaderos, para los políticos y la sociedad en general. Allí saben ponderar la importancia del campo y de sus pueblos.