Celedonio Sanz Gil
El sistema de fijación de los precios en el sector alimentario español sigue siendo uno de los grandes enigmas de la humanidad. Aquí, pasan los años, pasan los siglos, pasan las leyes y los observatorios, y siguen haciendo negocio los intermediarios y las grandes compañías, sin que los agricultores puedan poner remedio a esta situación.
Los precios que reciben los productores agrarios siguen en unos estadios ridículos y se multiplican diez, veinte, cien veces, al llegar a los precios finales que paga el consumidor. Desde la leche de vaca a los cereales, pasando por las carnes o las frutas y hortalizas. En todos los productos se repite, unos años con más fuerza en unos, que entran en crisis, y otras temporadas les toca a otros. El consumidor siempre paga cuando hay incrementos, pero no se beneficia de las bajadas que sí arruinan al productor.
Antes se achacaba a la fragmentación del sector agrario y al desconocimiento de los agricultores y ganaderos, de los millones de pequeños agricultores y ganaderos, y se insistía en la necesidad de cooperar, de agruparse para comercializar sus productos, de introducirse en las esferas de transformación agraria para lograr que una parte del valor añadido se quedará en el campo.
Este dibujo ya no encaja con el campo actual.
Aquí hay cada vez quedan menos agricultores y ganaderos, y los que resisten tienen unos volúmenes de producción muy importantes, están modernizados, concienciados, están agrupados y, sin embargo, siguen estando subyugados a los designios de las industrias de alimentación y distribución.
Si osan moverse, si dan un paso para hacer valer sus derechos para torcer la senda de estos mercados siempre inclinados hacia el mismo lado, llega la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia para cebarse con los más débiles, mientras hace la vista gorda a la evidencia inexplicable de que el precio de los productos agrarios se eleva exponencialmente en su trámite desde la tierra y la granja hasta el lineal de las tiendas.
Hace unas semanas, los productores de leche denunciaban que Nestlé, gran compañía multinacional referente en el mundo de la alimentación, ha planteado a los ganaderos que abastecen a sus establecimientos un contrato para la próxima campaña con trampa evidente.
Recoge un aumento en el precio de referencia de 5 euros por tonelada de leche entregada. Sin embargo, eleva una décima el nivel proteico exigido a la leche recogida, de 3,1 a 3,2, lo que se refleja en un recorte de 6 euros por tonelada en el precio real pagado al ganadero. Es decir que, en realidad los productores recibirán un euro menos que el pasado año por su misma producción.
Los ganaderos tendrán que tragar con ese contrato y morir al palo, porque no hay más. Habrá laboratorios lácteos e Interprofesional Láctea, y contratos tipo y decreto de ordenación del sector lácteo. Hay una Ley de Cadena Alimentaria, con su Agencia de Información y Control. Y hasta hay un ministro de Agricultura, que solo se atreve a decir a las empresas que “reflexionen” sobre los precios que pagan por la leche y apliquen aquí la subida que se produce en el resto de Europa.
Pues sí, reflexionar, reflexionan mucho y bien, desde luego, con detenimiento, para doblar las aristas que hagan falta y que ellos salgan siempre ganando.
Mientras, el sector sigue evolucionando. El año pasado quedaban en España poco más de 13.600 explotaciones ganaderas de vacuno de leche, cuando al empezar el año se superaban las 14.400. Más de dos ganaderos al día abandonaron la actividad, hace dos años se perdían hasta 8 ganaderos diarios. Pero no se puede decir que hayamos mejorado, simplemente es que ya va quedando muy poco donde rascar.
A pesar de ello, las entregas de leche han subido. La producción en España ha superado la barrera de los 7,2 millones de toneladas. Es decir, que las explotaciones que permanecen son más grandes, producen más cantidad y también, seguro, con más calidad. Son auténticas factorías lácteas. Con sus grandes silos de alimentación, sus grandes espacios para la alimentación de las vacas, sus instalaciones de ordeño carísimas e impolutas, sus sistemas de refrigeración y primer tratamiento de la leche producida, sus tanques de recogida…
Sí, pero con todo ello, con toda la inversión realizada, con sus proyectos ecológicos e industriales: ¿Cómo es posible que no puedan conseguir unos contratos sin trampas y unos precios dignos para su producción?
¿Cómo es posible que está situación se repita y se repita en el campo día tras día, año tras año, siglo tras siglo, sector tras sector? Porque claro, esto sucede con la leche de vaca, pero la situación no varía mucho en el resto de los sectores productivos. Todos condenados a un continuo “trágala”.
En la remolacha es aún más dramática, con los precios hundidos y sin saber si las fábricas abrirán, o recogerán, o nada. En el cereal estamos asistiendo a unas fijaciones de precios que rozan el absurdo. Con los intermediarios y los fabricantes de piensos, que al final son los que se llevan la parte del león, intentando enfrentar a los agricultores con los ganaderos. Argumentando que la subida de los precios de la alimentación animal se debe a los mayores precios del grano. Tiene narices, la verdad. ¿Acaso bajaron los precios de los piensos en la pasada campaña cuando se registró una cosecha récord y el precio del cereal al productor bajaba y bajaba cada mes? En las hortalizas todavía quedan patatas y zanahorias por las cunetas. Los citricultores reparten naranjas gratis hartos de que les ofrezcan unos precios ridículos, ni ocho céntimos por kilo….
Mientras tanto, las autoridades agrarias hablan y no paran de despoblación, de ecologismo, de investigación, de alimentación natural, de bienestar animal, para diseñar una reforma “moderna” de la PAC. Una modernidad que no evita que a los agricultores y ganaderos se les sigua chuleando. Lo peor es que ellos mismos parecen tan acostumbrados, tan subyugados, que no dan crédito a su propio dominio. Al productor de hoy muy pocos pueden darle lecciones y en algún momento, los pocos que queden, habrán de hacer valer sus poderes ante tanto chuleo.