El campo ha perdido ante la opinión pública la batalla del relato en la lucha por la conservación del medio ambiente y la salvación del planeta Tierra.
Por Celedonio Sanz Gil
Los agricultores y ganaderos, que realizan su actividad profesional de forma “convencional”, han sido colocados en el bando de los malos en esta batalla y ya va a ser imposible dar la vuelta a esta situación. Nadie va a convencer a los movimientos ecologistas de que en el sector agrario están los verdaderos cuidadores de la naturaleza que la han mantenido viva durante siglos, viviendo en ella, con ella y de ella, frente a los continuos ataques de los entornos urbanos e industriales.
Afrontar el cambio climático ha pasado de ser un tema de debate en la opinión pública a ser la cuestión fundamental que marcará el devenir de los próximos años. Ya no se acepta prevención alguna, ahora se ha declarado el “estado de emergencia climática”, la “Transición Ecológica” se ha elevado a dictadura moral y quien no quiera sumarse a esta lucha está condenado al ostracismo y la crítica más feroz. No importa que siempre haya habido borrascas, sequías, incendios, volcanes en erupción, terremotos, maremotos o lo que sea en uno u otro lugar. Ahora todo son fenómenos climáticos extremos, nunca registrados en los sistemas de medición con tal intensidad y en las latitudes que se producen. Todo se debe al cambio climático producido por la acción del hombre que genera el CO2 que contamina la atmósfera, calienta el planeta, está expoliando los recursos naturales y destruyendo la biodiversidad.
Este razonamiento escapa a lo que se podría llamar “ecologismo radical”. La lucha es el camino y es un objetivo ineludible que ha superado el movimiento original gestado en los países desarrollados, en especial en el Norte y Centro de Europa, de la mano de jóvenes urbanitas. Ellos encontraron en esta causa un modo para canalizar su rebeldía y sus discrepancias generacionales, con líderes, como la joven sueca Greta Thunberg, que huyen de postulados científicos, donde siempre hay discrepancias, y políticos, donde se retuercen los argumentos para sacar provecho partidista. Para incidir en lo que se ve, en lo que se nota día a día y en su derecho a disfrutar de su futuro en la tierra, en recibir una herencia digna que está gravemente amenazada.
El activismo medioambiental se ha unido a la creciente preocupación por las cuestiones nutricionales en nuestra sociedad ahíta, que mira la obesidad como una epidemia y que ha desarrollado un nuevo culto al cuerpo. Aquí se suman los escándalos de fraudes alimentarios que surgen periódicamente, amplificados por esa preocupación vital, y, sobre todo, los consejos de médicos o nutricionistas que atacan directamente a productos como la leche o la carne, que recomiendan sin ningún pudor reducir su ingesta o eliminarlos de la dieta.
Al ser un movimiento eminentemente juvenil es urbano, por el simple hecho de que en el campo no quedan apenas jóvenes, y se relaciona y amplifica en dimensiones mundiales por las redes sociales, ya que son los jóvenes los más activos en estos medios. Para casi todos el verdadero sector agrario y sus circunstancias reales son, cuando menos, desconocidas.
En estos ámbitos se da como verdad axiomática que los agricultores y ganaderos son agentes contaminantes, explotadores de macrogranjas y generadores de malestar animal. El razonamiento es muy simple. Los animales están en las granjas hacinados, ¿quién los mantiene en esta situación?: los ganaderos. Pues los ganaderos son los malos de la película y hay que liberar a los pobres animales. Del mismo modo, se dice en esas redes sociales que el empleo de insecticidas y herbicidas está acabando con las abejas y con la biodiversidad, ¿quién aplica estos compuestos fitosanitarios?: los agricultores. Pues contra los agricultores hay que actuar.
Sin hacerse más preguntas ni cuestionar la realidad de esas aseveraciones. Las declaraciones en las que se reitera que la carne es mala y más contaminante que un coche, se repiten una y otra vez en todos los ámbitos, también entre los responsables de la Administración, sin importar que, por ejemplo, los ganaderos mantengan los pastos que eliminan contaminantes de la atmósfera. Esas cosas ya ni se oyen, ni se leen, ni se quieren leer ni escuchar. Lo que mola hoy es ser vegetariano o vegano.
Mensajes que han calado hasta lo más profundo de esta sociedad. Las empresas tratan de adaptar sus productos y sus iniciativas a esta nueva situación, para no perder consumidores y evitar que se les considere de algún modo “cómplices”. Así todos los mensajes publicitarios actuales insisten en que las compañías están adaptándose para eliminar sus emisiones, para no contaminar, para conseguir que todo lo que aparezca ligado a su marca sea ecológico, de huella cero de carbono. Productos que van desde los automóviles eléctricos a las hamburguesas vegetales.
Pero no solo en las grandes empresas y foros mundiales. Ahora en cualquier bar del rincón más escondido hay un cartelito, aunque sea un folio blanco y escrito a mano, que dice: hay leche de soja o leche de almendras o leche sin lactosa o cualquiera otro aditamento, que no son leche en absoluto sino un derivado destilado químicamente de uno de estos productos. Si existe el folio es porque hay demanda, porque la gente lo pide, porque esa cultura del progresismo ecologista nutricional llega a todos los lados.
En Holanda o Alemania sus agricultores y ganaderos se han visto sobrepasados por esta situación. Han salido a la calle para protestar con la sensación de que se les ha hecho culpables de todos los males del planeta, declarados culpables sin presunción de inocencia, ni derecho a replica ni a un juicio justo. Algo que ha producido un nuevo hartazgo entre los profesionales del campo, ha elevado la cifra de abandonos y ha frenado la incorporación de jóvenes a la actividad agraria.
Con el sector porcino en máximos históricos de rentabilidad en Holanda se ha abierto un proceso para eliminar granjas y las solicitudes para abandonar han duplicado las previsiones de la Administración. La principal razón: el aislamiento social. Algo que ha sorprendido a los propios responsables agrarios porque ni ellos mismos son conscientes de lo que están provocando.
En España se puede decir que la situación es peor, aquí el campo nunca ha logrado prestigio social y hoy atraviesa una situación económica calamitosa en casi todos los sectores (enmascarada en muchas estadísticas por la buena marcha del porcino por la coyuntural situación sanitaria del mercado chino). Este año 2020 habrá protestas, que tendrán un eco muy limitado. Mientras, en las redes sociales seguirán subiendo y reproduciendo los mensajes contra la ganadería y la agricultura que no sea bio. Habría que explicarles que, por definición, todo la producción agrícola y ganadera es biológica y ecológica y que su balance final en esa ecuación de suma y resta de emisiones contaminantes y absorción de carbono es positiva, muy positiva.
No, los agricultores y ganaderos no son los malos de la película, no son los asesinos, solo les han puesto, en algunos casos, el arma humeante en las manos. Los culpables son otros, pero ya no les importa.