Veinte años lleva en punto muerto la ratificación del Acuerdo UE – Mercosur. Son necesarias modificaciones sustanciales y efectivas que aseguren el cumplimiento por parte del Mercosur de los estándares medioambientales y de seguridad y calidad europeos. De lo contrario, sería una traición a un colectivo tradicionalmente prioritario en las políticas de la UE como es el agrícola.
Lucía Turrado Bustamante*
Esta semana la Unión Europea (UE) ha recibido con euforia el anuncio de suspensión de los aranceles estadounidenses que habían sido impuestos por la administración Trump a los productos europeos, y que afectaban principalmente al sector agroalimentario. Este acontecimiento es sin duda motivo de celebración, pero parece que su protagonismo deja en segundo plano a otros asuntos o frentes abiertos de la UE en materia de comercio internacional, algunos tan antiguos (y aún con difícil solución) como el Tratado de Libre Comercio con el Mercado Común del Sur (Mercosur), que lleva veinte años encima de la mesa y que aún no se ha convertido en una realidad. Durante este tiempo, ya sea por falta de interés o por falta de información, la mayor parte de la ciudadanía de ambos bloques ha sido ajena a las negociaciones entre sus correspondientes dirigentes sobre este acuerdo, sin ser consciente de la transcendencia que puede llegar a tener.
Este proyecto de tratado es un ejemplo perfecto para poner de manifiesto la complejidad y fragilidad que caracterizan a las relaciones comerciales entre dos potencias, especialmente cuando una de ellas es la Unión Europea, cuya toma de decisiones en este ámbito pasa por la unanimidad de los veintisiete países soberanos que la componen. Si nos remontamos a 1999, cuando comenzaron las negociaciones, observamos dos bloques económicos muy diferentes en todos los sentidos. Por un lado, la UE, ya en esa época con una importante trayectoria en integración económica y política; y, al otro lado del Atlántico, el Mercosur, un mercado común formado por Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, aún en desarrollo pero que comienza a ganar importancia. ¿Por qué no asociarse? Ambos identifican oportunidades en el otro. El Mercosur ve en la UE un mercado desarrollado y con una importante capacidad adquisitiva; y la UE ve en el Mercosur una buena oportunidad para adelantarse a Estados Unidos o China y tener una presencia relevante en un mercado con mucha población y poco competitivo en algunos sectores en los que ella es fuerte.
¡Decidido! Tratado de libre comercio, beneficioso para ambos, ¿qué puede salir mal? El libre mercado y el desarrollo del comercio internacional son fundamentales para dinamizar la economía mundial y extender la riqueza, y parecía claro que ambos bloques se beneficiarían al conseguir accesibilidad comercial a un nuevo mercado sin apenas obstáculos económicos, técnicos o burocráticos. Por ejemplo, la industria del automóvil o de los productos químicos europeos accedería, casi sin competencia, a un mercado con más de 295 millones de personas, y que sin el tratado es prácticamente inaccesible debido a los aranceles que se aplican a estos productos, superiores al 30%. Del otro lado, el Mercosur podría vender la mayor parte de sus productos agroalimentarios a 446 millones de habitantes del viejo continente a precios muy competitivos por no tener que soportar los altos aranceles y otros gravámenes comunitarios vigentes en la actualidad. Sin embargo, no todo es tan fácil en el comercio internacional y, como se adelantaba, a día de hoy ni siquiera se ha llegado a ratificar el texto definitivo tras dos años desde su adopción en julio de 2019.
Por la parte del Mercosur ha habido desde el principio una generalizada predisposición para llegar a un acuerdo, sin obstáculos relevantes, aunque son conscientes de que algunos de sus sectores, principalmente el automovilístico y el químico, se verían gravemente afectados por la entrada libre de industrias europeas como la alemana, mucho más competitivas y avanzadas en este ámbito. Al contrario, el acuerdo ha tenido detractores desde el primer momento en la UE, lo que ha ralentizado las negociaciones y está ahora impidiendo la ratificación. Sonadas fueron las protestas de los agricultores europeos, especialmente los franceses e irlandeses, durante los años previos a la aprobación del texto definitivo. Este sector, uno de los más necesitados de protección en la UE, siempre ha estado en contra del Acuerdo con el Mercosur por las consecuencias que tendría la apertura del mercado comunitario a los productos primarios del bloque sudamericano. Estos productores primarios deben cumplir con estrictas exigencias, principalmente procedentes de normativa europea, relativas a estándares sociales y laborales, ambientales, de calidad y de sanidad animal. Con este esfuerzo del sector, la Unión Europea consigue una producción agrícola y ganadera segura, de calidad y respetuosa con el medio ambiente y la sociedad. Por ello, el sector primario europeo está en contra de dejar entrar en el mercado común productos del Mercosur que son mucho más competitivos en precio que los suyos, precisamente porque estos están sometidos a condiciones de producción mucho más laxas y sin un control estricto como el de las autoridades comunitarias, lo que abarata sus costes.
Continuando con las voces críticas, en la actualidad el foco se encuentra en cuestiones medioambientales, ya que muchos opinan que el acuerdo pondría en duda el modelo productivo que defiende la Unión Europea, basado en la sostenibilidad y el respeto al entorno. En efecto, el bloque del Mercosur está aún lejos de alcanzar el nivel de protección al medio ambiente que se viene impulsando en la UE en los últimos años, y más aún con la presidencia brasileña en manos de Jair Bolsonaro, acusado por el propio Macron de violar en el Amazonas los compromisos del Acuerdo de París. Precisamente, es Francia también la que encabeza la lista de países contrarios al acuerdo por no querer ser socios de un bloque que no cumple con los estándares de sostenibilidad de los que la Unión Europea hace gala y que es responsable de la deforestación de miles de hectáreas cada año.
Se visualiza pues un panorama complejo en la UE: mientras países como Portugal o España apresuran a la presidencia de la Comisión Europea para acelerar la ratificación del acuerdo, otros como Francia y Austria han anunciado de forma oficial que no están dispuestos a aprobarlo en las condiciones actuales. Así las cosas, no ha quedado más remedio que posponer la ratificación para revisar el tratado y conseguir que los países opuestos al mismo terminen por apoyarlo, para lo que será necesario recoger cláusulas que aseguren en el Mercosur el cumplimiento de los estándares medioambientales y de seguridad y calidad europeos. Esto no es una tarea fácil, ya que implicaría cambiar drásticamente el modelo productivo de los cuatro países sudamericanos e idear una forma de controlar el cumplimiento, y todo dando por hecho que el Mercosur esté conforme con estas exigentes modificaciones. Sin embargo, como ya se ha adelantado, no parece que ahora esta sea una prioridad en la UE, como pudo apreciarse en el último Consejo de Asuntos Exteriores celebrado el 20 de mayo, en el que se trató como un asunto secundario el acuerdo con el Mercosur sin llegar a ningún avance de interés.
En definitiva, parece que toca esperar (esperemos que no otros veinte años) para saber lo que ocurre. La Unión Europea se encuentra ahora ante una encrucijada, atrasando la toma de la decisión, mientras el mundo espera y las relaciones bilaterales con el Mercosur se deterioran. Por un lado, con este acuerdo tiene la oportunidad de mostrarse ante todos como la gran defensora del libre comercio frente a la actual crisis del multilateralismo, y también de adelantarse a otras potencias en un mercado nuevo y prometedor que aún no tiene ningún acuerdo comercial relevante. Por otro, la adopción del acuerdo, salvo que sufra modificaciones sustanciales y efectivas, supondría una traición a un colectivo tradicionalmente prioritario en las políticas de la UE como es el agrícola, y a los principios de sostenibilidad en los que se quiere basar la economía comunitaria. Conociendo esta compleja situación parece que se justifica la tardanza, pero también está claro que es necesaria una actitud más decidida que la actual por parte de los dos bloques para llegar a una solución equitativa con la que ganen ambos