Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA Castilla y León
Septiembre ha empezado como debe, con lluvias que han recorrido buena parte del territorio repartiendo la necesaria y cada vez más esquiva agua. Toca esperar para segar el girasol, vendimiar la uva, sacar las patatas, la fruta… pero, en general, bienvenidas las lluvias, que han permitido parar riegos y no tener que recurrir a unos embalses muy justos, han animado a brotar la hierba para el ganado y han preparado la tierra para iniciar las labores de siembra de la nueva campaña.
El problema es que las condiciones económicas no acompañan a las, por ahora, buenas condiciones agronómicas. Hay poco optimismo en el sector. Toca comprar abono, semilla, fitosanitarios, gasóleo, maquinaria… y todo a unos precios desorbitados, que poco tienen en cuenta que arrastramos varias campañas malas, con una última cosecha catastrófica. No hay otra que enredarse en préstamos, que aguardar como agua de mayo que llegue el anticipo de la PAC, para poder comenzar a trabajar. Y sin saber qué resultados obtendremos de todo esto, si por fin llegará una campaña decente, en la que la sequía no amargue los resultados.
Diría que me sorprende, pero igual no, que justo cuando llega el momento de aprovisionarse de abono y combustible los precios suban, casi un 50 por ciento más de lo normal. Son prácticas, siempre en el límite de la legalidad, de las multinacionales que nos venden los medios de producción, prácticas ante las que los sucesivos gobiernos han hecho la vista gorda, porque la producción de alimentos no fallaba, aunque fuera a costa del sudor y a veces ruina de los agricultores y ganaderos.
Desde ASAJA llevamos años denunciando que el campo estaba contra las cuerdas. Que someter a los agricultores y ganaderos a miles de reglas y a la vez racanearles el precio de sus productos acabarían por hacer tambalear el suministro alimentario. Que la distribución no podía utilizar alimentos como la leche como productos reclamo, con precios por debajo de costes. Que desproteger a los productores de aquí fiando todo a lo importado es pan para hoy y hambre para mañana. Lo veníamos advirtiendo hace mucho tiempo y ha sido ahora cuando los informativos abren cada día con el alto coste de la cesta de la compra, con la paradoja de que, aunque baje el consumo de alimentos, siga aumentando el gasto. Aceite, leche, carne, verduras, hasta el pan… han subido de precio, algunos hasta el cien por cien en dos años. Todo apunta a que estos precios han llegado para quedarse, y los expertos auguran alzas en 2024 y 2025. Aunque producciones como el cereal o el girasol siguen, por ahora, yendo por libre, con precios que se marcan en puerto, según sopla la bolsa de Chicago o los movimientos de Rusia y Ucrania.
Hay una parte de la subida de los precios de los alimentos que es lógica e inevitable, porque no es posible producir sin rentabilidad. Pero alguno está aprovechando lo de “a río revuelto, ganancia de pescadores” para incrementar precios con márgenes de escándalo, como parte de la distribución ha hecho con la patata. Eso es aprovecharse del consumidor, cuyo bolsillo está ya bastante vacío por la inflación. Lo que necesitamos es una distribución leal, que fije precios sensatos, y no que engorde la caja en unos y se invente promociones en otros, casi siempre a costa del agricultor y ganadero.
Por eso, las administraciones deberían encender las alarmas ante subidas desproporcionadas de los medios de producción necesarios para garantizar la alimentación de la sociedad. Ya no está tan claro que los agricultores y ganaderos vayan a seguir produciendo en cualquier circunstancia, no porque no quieran, sino porque igual no pueden. Estos días conocíamos que algunas comunidades autónomas quieren poner mecanismos para que entren en el mercado de manera obligatoria hectáreas que están abandonadas. En Castilla y León, por ahora, no ocurre, pero por ese camino vamos. Descensos continuos del número de agricultores y una rentabilidad cada vez más inalcanzable pueden obligarnos a reducir superficie y cabaña ganadera. Y a menos producción, menos alimentos, y más caros, incluso más caros que los que hoy nos parecen caros.