Por Celedonio Sanz Gil
Los agricultores y ganaderos siguen pegados a la tierra, al día a día de sus cultivos y sus granjas, de sus animales y su maquinaria, y eso hoy puede ser una carencia, algo negativo.
Podemos estar equivocados cuando pensamos que el futuro del campo se juega en la nueva reforma de la PAC, que se aprobará algún día, y se sabrá quién es agricultor genuino, si se acaba con los derechos históricos o si el segundo pilar verde se convierte en realidad en la única base. Podemos estar equivocados cuando pensamos que el problema del mañana es que la cosecha o los ganados se pagan a precios bajos mientras crecen los costes de producción, y así no hay forma de mantener una rentabilidad digna en las explotaciones. Podemos estar equivocados cuando pensamos, por ejemplo, que la declaración de la renta refleja bien claro el maltrato al campo, exigiendo tributar por pagos no recibidos. Podemos estar equivocados cuando pensamos que la despoblación de nuestros pueblos solo se podrá combatir con un tratamiento fiscal diferenciado, que prime el diferencial de costes en la prestación de servicios y fomente proyectos rentables generadores de empleo permanente.
Sí, estamos equivocados. El futuro de verdad está ligado al Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que se debe financiar con los fondos Next Generation EU, que no se acaban de poner en marcha pero que deben llegar a nuestro país para paliar en la medida de lo posible “el impacto económico y social de la pandemia del coronavirus” y avanzar para que “las economías y las sociedades europeas sean más sostenibles, resilientes y estén mejor preparadas para afrontar los retos y las oportunidades de las transiciones ecológica y digital”.
No en vano ese es el objetivo real del Gobierno y los diferentes Ministerios se han lanzado a presentar planes para conseguir líneas de financiación europea, que culminan con el documento “ESPAÑA 2050, Hacia una Estrategia Nacional de Largo Plazo”, presentado por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Todos dibujando un camino tan irreal como perverso, totalmente sesgado, en cuyos análisis se insiste en presentar al agricultor y ganadero “ordinario”, tradicional, como un obstáculo al que transformar para adherirlo a sus tesis de radicalismo ecologista cuando no directamente como un enemigo al que combatir.
Nadie parece acordarse de que en esta crisis pandémica provocada por el Covid 19 lo único que siempre ha funcionado sin fallo alguno ha sido la cadena de suministro alimentario. En un momento dado los ciudadanos vaciaron los lineales de tiendas y supermercados pensando en un futuro desabastecimiento, pero éste nunca se produjo gracias a la labor de todo el sector alimentario y de distribución, que ha demostrado estar bien preparado y saber adaptarse a las nuevas exigencias de una sociedad en profundo cambio. Sin necesidad de planes ni estudios ni más leches, cumpliendo con las exigencias de sus clientes y de una normativa cada vez más estricta, porque en ello les va su propia supervivencia
No, el futuro va por otro lado y ese dinero de la UE, que debe llegar, no tiene que ir al campo ni a la gente normal de los pueblos. Una serie de organizaciones han planteado al Gobierno que dichos fondos han de repartirse de acuerdo con estos objetivos vertebradores:
1.- Suministro de alimentos saludables y sostenibles a toda la población, a través de sistemas alimentarios locales, sostenibles, generadores de empleo y economía real basados en la agroecología y la ganadería extensiva, que incluye la creación de bancos de tierras, parque de maquinaria y obradores/industrias municipales colectivas.
2.- Generación de entornos alimentarios social y culturalmente adecuados, inclusivos y saludables, con tiendas de economía social, “mercados sobre ruedas o móviles”, bonos alimentarios saludables y promoción de alimentación saludable y sostenible.
3.- Sociedad empoderada, consciente, informada, que lleva a cabo una dieta saludable y sostenible, minimizando el desperdicio alimentario, a través de la formación, educación y promoción de la salud y dietas saludables y dificultando el acceso a productos pocos saludables, con mayores impuestos y eliminando ayudas a los productores.
Son ellos los que tienen el mando y arramblan arropados en su “Todo saludable y sostenible”, con palabras y conceptos tan vacíos como rimbombantes, dejando caer que el sector agrario actual ni es saludable, ni es sostenible. Como si la agricultura y la ganadería no hubieran evolucionado y se hubieran adaptado desde el principio de los tiempos. Como si no hubieran alimentado y facilitado el desarrollo físico, mental y económico de la sociedad con alimentos de calidad y a precios asequibles. Como si no hubiera un mundo fuera y dentro de la UE que solo busca sobrevivir al hambre.
Sí. El futuro es suyo, porque en el campo cada vez hay menos gente, menos votos, ellos han ganado la batalla del relato y hoy todo reclamo tiene que ser ecológico y sostenible y nadie puede convencerles de que una agricultura y una ganadería rentable, hoy y siempre, por encima de proyectos más o menos faraónicos, son en realidad lo único de verdad ecológico, saludable y sostenible que hay en este mundo