En esta campaña complicada, cada profesional tendrá que hacer sus propios cálculos a partir del agua que corresponda a su explotación, decidir si puede apostar por sembrar remolacha, maíz, patata, alubias… o dedicar su esfuerzo a lo que ya está en la tierra.
Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA de Castilla y León
En esta primavera seca que estamos afrontando, si hay un nombre que se repite en las tertulias del sector es el de Maldonado. Quién le iba a decir a este meteorólogo ya veterano, 72 años tiene, que iba a ser el referente para tantos profesionales del campo pendientes de que el anuncio de lluvias se convierta en litros en el pluviómetro y no en un simple amago que nada resuelva. Uno te enseña el móvil y te dice que en la web que consulta anuncian 7 litros el lunes; el otro que en su móvil no pone nada de eso; el de más allá se lamenta de que Maldonado no acierta una. Hombre, un poco más que las cabañuelas de antaño ya atinan los satélites de hoy, pero el tiempo sigue siendo ingobernable. Dos diferencias respecto a lo que vivieron nuestros antepasados. Primero, la constatación de que el cambio climático pasa factura y llueve menos; segundo, que al agricultor de hoy le cuesta más aceptar como inevitable lo que cae del cielo, ya no abunda esa resignación con la que aguantaban tanto los abuelos. En estos tiempos de nuevas tecnologías, cuando planificas al milímetro el perímetro de la tierra abonada y los litros de tratamiento que has empleado, cuesta asimilar que poco podemos hacer cuando las montañas no están blancas y las reservas de los pantanos escasean.
Esperando como siempre que el tiempo se enderece y caiga en abril lo que no ha llegado a su debido tiempo, en parte de la Comunidad no ven lejos que finalmente haya que recurrir a decretar zona catastrófica por sequía. Eso implicaría marcar un caudal ecológico mínimo para conocer la disponibilidad máxima de agua para riego, así como otras prohibiciones como desembalses demandados por centrales hidroeléctricas. Implicaría unas medidas de protección por parte de las administraciones, condonación de tasas de la confederación, o compensaciones vía impuestos.
Lo que más urge estos días son las reuniones de juntas de explotación y comunidades de regantes, para lograr una distribución ecuánime entre los agricultores del poco agua existente. Luego, cada profesional tendrá que hacer sus propios cálculos a partir del agua que corresponda a su explotación, decidir si puede apostar por sembrar remolacha, maíz, patata, alubias… o dedicar su esfuerzo a lo que ya está en la tierra, principalmente cereales de invierno. Decisiones que no son fáciles, puesto que siempre queda la esperanza de que llueva en primavera y mejoren las condiciones de las aguas embalsadas. Por experiencia sé que, hagas lo que hagas, te quedará el gusto amargo de no haber acertado, porque siempre tendrá la última palabra un factor imprevisible como es el tiempo. Nosotros hacemos lo que debemos, planificando sobre unas condiciones ‘normales’ (que cada vez lo son menos).
Podríamos decir que hay dos tipos de agricultores, el más conservador, que nos aconseja que no hagamos más gastos, y el más emprendedor, que prefiere arriesgarse para poder ganar algo. En realidad, todos somos a la vez los dos agricultores, el conservador y el emprendedor, y según las condiciones optamos por actuar de una u otra manera. Factores como el tamaño de la explotación, el momento económico que vive, los compromisos que ha adquirido…. Determinan nuestra decisión. En general, no parece sensato arriesgar cuando las cuentas ya están comprometidas con inversiones, en ese caso más vale asegurar lo sembrado que sembrar más y no asegurar nada.
Termino como empecé, mirando las previsiones del tiempo y acordándome de Maldonado y de todos los hombres y mujeres del tiempo que, varias veces al día, escuchamos con el deseo de que por fin anuncien lluvias, y acierten. Aunque a lo mejor más nos valía ir sacando a San Isidro.