Los lloros de los agricultores

A los del campo la fama de llorones nos precede. Pero lo que fastidia es tener que estar siempre en guardia, porque no sabes por dónde te va a caer.

Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA Castilla y León *

Hace pocos días un periodista, que escuchaba las reclamaciones de un grupo de gente de ASAJA, replicaba: “pero bueno, ¿es que todavía no saben que para ser agricultor hay que venir llorado de casa?”. A los del campo la fama de llorones nos precede. Quizás no tanto como en el pasado, porque el agricultor y el ganadero hoy por hoy se considera a sí mismo un empresario, y como tal trata de minimizar riesgos y poner de su parte todo lo posible para obtener beneficios. Pero aun responsabilizándonos al máximo de todos los factores de producción, de todo cuanto depende de nuestro trabajo, en el sector primario hay unas cuantas variables que nos hacen no bajar la guardia: hasta en las mejores situaciones, la experiencia nos dice que en cuestión de días puede llegar el desastre.

No es nuevo lo de considerar al sector como quejica. Nuestros tatarabuelos también se quejaban, y desde luego con razón, porque entonces las condiciones de trabajo eran mucho peores que las de ahora, e inexistentes las coberturas en caso de catástrofes como sequías o inundaciones, aunque mucho quede todavía por hacer en este sentido. El campo sigue siendo hoy “una casa sin techo”, dependemos de si llueve cuando el cereal necesita crecer, pero también de que no caiga demasiada agua; pedimos que el sol grane la espiga, pero tememos que el calor apriete demasiado y agoste el grano. Parecido ocurre en la ganadería, pendientes siempre de que no haya enfermedad ni lobo que diezme en una noche los rebaños.

En los últimos tiempos, a estos “lloros” clásicos, se han sumado en el sector los derivados de los vaivenes de los precios de lo que producimos, que ya no suben cuando la oferta es poca, ni bajan cuando la oferta es mucha, como decían las reglas de la vieja economía: ahora se hunden a golpe de especulación. En que llueva o no, no podemos encontrar culpables, ahí está la naturaleza; pero en lo de los precios, sí que los hay, aunque no den la cara.

Y un tercer motivo para llorar, aunque luego nos critiquen: las incongruencias de la PAC. Esta campaña va a ser para nota. Los agricultores van a tener que tramitar sus solicitudes sin saber cuánto van a cobrar, una pregunta a la que ni siquiera puede contestar el director de política agraria, Pedro Medina, que puede que sea el que más sepa de PAC de España. Y los ganaderos ni siquiera saben cuántos de sus pastos va a tener a bien aceptar Bruselas.

Al final dirá el lector que “otra vez está el de ASAJA llorando”. Lo que fastidia es tener que estar siempre en guardia, porque no sabes por dónde te va a caer. En las palabras de los agricultores hay queja, pero también hay esperanza: si no, muchos habrían echado ya la tranca a la puerta de la explotación.

 

* Artículo publicado en Mundo Agrario, suplemento semanal de El Mundo de Castilla y León