Habría que pensarse muy bien cómo se expanden los pueblos. Porque sobran casas, hay muchas cerradas y cayéndose.
Celedonio Sanz Gil
Las praderas naturales están desapareciendo. Ahora, si quieres ver un pedazo de tierra verde en cualquier pueblo tienes que ir a algún parque o a las piscinas, campos de fútbol o de golf, que van aumentando de número, y son los únicos espacios de naturaleza artificial donde crece la hierba libre gracias al agua y el cuidado humano.
El paisaje y los intereses han cambiado de forma radical en apenas veinte años. Cuando yo era niño cuidar las praderas, que rodeaban el pueblo por todos los lados, era algo consustancial a ser agricultor y ganadero. Había que dejarlas descansar tras el invierno y en primavera no se podía entrar en ellas para que crecieran apaciblemente. Cuando llegaba San Isidro se levantaba la veda, entonces la hierba estaba alta y de un color verde intenso, los niños jugábamos allí al escondite, simplemente nos tirábamos al suelo para desaparecer arropados por el manto verde y los viejos nos regañaban por encamar el pasto.
A partir de mayo se podían segar las praderas de propiedad particular y se dejaba que los rebaños pastaran en las praderas comunales, del municipio. Rebaños de vacas, de caballos y de ovejas que se alimentaban en ellas hasta bien entrado el verano, cuando las praderas ya se agostaban, se secaba la hierba en espera de la próxima otoñada. En muchos casos, por esas praderas discurría algún barranco grande que guardaba el agua de la lluvia, incluso algunos decían que se alimentaban de manantiales. El caso es que permanecían húmedos durante todo el año, y ni siquiera había que llevar a beber a los animales que pastaban en los alrededores.
Todos vallan su terreno
Hoy la situación es totalmente distinta. Nadie se ocupa ya de las praderas en los pueblos, los pocos agricultores y ganaderos que quedan tienen ahora otra forma de hacer las cosas, otros intereses, y segar la hierba no está entre ellos, ni sacar a pastar a los animales, ahora las granjas son intensivas y los ejemplares permanecen estabulados. Tan solo las ovejas siguen saliendo a pastar, pero han sido alejadas de los pueblos y cada vez se ven menos cerca de los pueblos, caminan por las tierras y por los pinares alejadas de los asentamientos humanos.
Así, las viejas eras, donde se trillaba y almacenaba el grano, que estaban más cercanas a las casas, al casco urbano, y son de propiedad particular están edificadas o, cuando menos, tapiadas. Todos quieren que quede claro cuál es su terreno, que nadie se aproveche de lo suyo, y en el tapete verde surgen vallas de todo tipo. Vallas de ladrillo, de bloques de cemento, simples vallas de alambre transparente o vallas hechas con cualquier elemento que se tenía a mano, desde los viejos somieres, viejas puertas o ventanas a palés con madera podrida. Vallas que dejan ver que en su interior realmente no se hace nada, algunos las usan como almacén, otras están puestas ahí por la presión general, para marcar los límites del terreno común, de la nueva calle de paso, de las tomas de agua o de luz. Vallas casi siempre horrorosas, que deslucen el paisaje rural, que dañan a la vista.
Las grandes praderas comunales, de propiedad municipal, en primer lugar han visto recortada su superficie. En casi todos los pueblos se han utilizado para realizar alguna infraestructura, muy necesaria para sus habitantes. Allí han surgido cementerios, campos de fútbol, piscinas, depuradoras, incluso industrias o viviendas particulares. En muchos casos los ayuntamientos paliaban con la destrucción de las praderas la falta de suelo catalogado para aprovechamiento público, terreno industrial o la falta de suelo urbanizable para que se instalaran familias jóvenes.
Desierto castellano
El terreno que queda, las actuales praderas, tiene muy poco de color verde. Apenas se viste de tonos glaucos un mes al año, por mayo o principios de junio si la primavera ha sido lluviosa. En cuanto llega el calor todo se vuelve reseco y el color que predomina es el amarillo. Cuando llega el mes de agosto apenas se ve nada de hierba. La superficie está llena de picos, cardos, escobas o abrojos, plantas de hojas como púas, que pican y hacen daño de verdad, que impiden prácticamente pisar las praderas.
Son plantas de naturaleza desértica, las únicas capaces de sobrevivir sin agua, sin humedad, que siguen su ciclo, que se secan y se reproducen, que colonizan los terrenos dónde antes mandaban las briznas de hierba. Porque los barrancos ahora están secos, los manantiales se han agotado. En esos lugares donde hace veinte años había agua todo el año ahora solo queda un barro reseco que guarda en molde las pisadas de los animales y las rodadas de los vehículos, y algún sapo que hurgando en la tierra busca resabios del agua que añora. Cada año los cardos y los picos son más altos y más abundantes, se hacen más fuertes, y dejan menos espacio para que a su lado crezcan otro tipo de plantas, o la misma hierba.
Tal vez sean el aviso de lo que nos espera. El nuevo desierto castellano, donde surjan cardos y picos de varios metros de alto. Como esas imágenes de las viejas películas del oeste americano, donde se veían desiertos con cactus enormes flanqueando a los protagonistas que se arrastraban por la arena buscando una fuente.
Quizás todavía estemos a tiempo de evitarlo. Hay que prestar mayor atención a las praderas naturales. La mano del hombre tiene que ayudarlas. Es preciso erradicar las malas hierbas que ahora se apoderan de ellas más y más, e, incluso, en ciertos momentos, llevar agua para que pueda sobrevivir como tal. Porque los parques, las piscinas o los campos de fútbol demuestran que si se cuida y se riega la hierba crece.
Habría que pensarse muy bien cómo se expanden los cascos urbanos de los pueblos. Porque en los pueblos sobran casas, hay muchas cerradas, cayéndose algunas. Es preciso renovar y revitalizar los centros urbanos antes de seguir haciéndolos más grandes, antes de necesitar más calles, más infraestructuras y más tuberías, más agua, para cada vez menos gente viva allí todo el año.
Si las praderas desaparecen con ellas se pierde una forma de vida y un hábitat natural para muchas especies. Algo que a nadie parece preocuparle.