Es hora de que las administraciones, que en estos temas les gusta demasiado ponerse de perfil y no mojarse, asuman de una vez por todas y de manera seria que el desarrollo equilibrado de la actividad ganadera en las zonas de montaña es la mejor garantía para conservar estos ecosistemas.
Hace unos días se conocía que el Copa-Cogeca, el órgano europeo que agrupa y representa a las principales organizaciones profesionales y cooperativas de los 25 países de la Unión Europea tomaba la decisión de abandonar la plataforma creada en Bruselas para hallar soluciones a los conflictos que crean los ataques de los grandes carnívoros. En los últimos años el aumento de las cabañas de animales protegidos está creando importantes tensiones en toda la Unión. Se calcula que en Europa hay unos 17.000 ejemplares de osos, 9.000 linces euroasiáticos y unos 12.000 lobos, concentrados especialmente en algunas regiones, como es Castilla y León, con un censo reconocido por la administración superior a los 1.600 ejemplares. La desesperación de nuestros colegas europeos es que llevamos años intentando hallar medidas que de verdad logren, como en teoría dicen los políticos, la convivencia de estas especies depredadoras como la permanencia de las actividades tradicionales, como la ganadería de extensivo. En la práctica, esto no se ha conseguido; por el contrario, han aparecido otros nuevos focos de conflicto, porque la fauna está avanzando por zonas donde antes no estaba.
El tema del lobo ha hecho daño quizás más que ningún otro en la imagen del agricultor y el ganadero que determinados grupos pequeños pero ruidosos quieren interesadamente transmitir al resto de la sociedad. El profesional de la agricultura y la ganadería aparece como alguien sin escrúpulos, dispuesto a acabar con la fauna, la naturaleza y hasta el planeta entero por ganarse unos euros. Creo que es hora de que estos tópicos se desmonten, porque no tienen fundamento alguno, y a cualquiera que desde la ciudad tenga esas ideas trasnochadas le invito a vivir un mes en un pueblo, y a acompañarnos en nuestra tarea diaria para comprender cómo son las cosas.
Pensaba yo en todo esto viendo las imágenes de estos días de las nevadas que han cubierto muchos de nuestros pueblos de montaña. Como los humanos somos de memoria corta, casi nos habíamos olvidado de lo que es capaz el tiempo, que en unas pocas horas cubre con un espeso manto blanco toda la superficie, haciendo casi desaparecer las casas. En esas localidades, a veces muy pequeñas, residen muchos de nuestros ganaderos, dedicados principalmente al vacuno de carne y al equino. Gente que se ha deslomado, literalmente, para poder alimentar y atender a sus animales, que les preocupaban por encima de cualquier otra cosa, incluso de su propia salud. Se veían incluso fotografías de corzos y rebecos hambrientos que se aproximaban a los núcleos de población, y de vecinos que dejaban pienso o pan duro para esos animales que no son suyos y que incluso muchas veces les causan inconvenientes. No se veía por allí a ninguno de esos que desprecian e incluso insultan a los ganaderos y que supuestamente aman tanto a la fauna salvaje: esos estarían en sus casas, a muchos kilómetros de allí, defendiendo la naturaleza poniendo mensajes en el facebook.
Como siempre, en esta vida una cosa es predicar y otra dar trigo, y nunca mejor dicho en este caso. Pasará la nieve, los ganaderos trabajarán duro para arreglar los desperfectos –esperemos que la administración les eche una mano, pero no al cuello–, y después del frío y la nieve llegará el verano, y regresarán los turistas domingueros de las ciudades a visitar las zonas de montaña. Me gustaría que no se olvidaran de lo que son los largos meses de frío en estos pueblos, de las dificultades que hay que vencer para que sigan vivos y no sean un parque temático del abandono.
Es hora de que las administraciones, que en estos temas les gusta demasiado ponerse de perfil y no mojarse, asuman de una vez por todas y de manera seria que el desarrollo equilibrado de la actividad ganadera en esas zonas es la mejor garantía para conservar el ecosistema, incluyendo la fauna salvaje, siempre y cuando esta sea compatible tanto en espacio como en número de especies animales: una proliferación excesiva no solo hunde la ganadería, es una amenaza cierta para la biodiversidad de estos espacios. Pongamos de nuestro lado a administraciones, pongamos de nuestro lado a la sociedad. Como subrayan los compañeros del Copa-Cogeca, centrarse sólo en las medidas de protección no es ya opción. Deben encontrarse soluciones sostenibles que permitan que la vida siga en todo el territorio.