El campo es un empleo seguro, pero a la vez con tremendos inconvenientes. Aun siendo prudente, el coste de las tierras, sumado al de maquinaria, naves y otras infraestructuras, compromete brutalmente y durante años la economía de los nuevos agricultores y ganaderos.
El pasado jueves asistí en las Cortes como representante de ASAJA en el Consejo Económico y Social a un encuentro organizado con el apoyo de este periódico, en el que se trató el triste problema del desempleo juvenil. Pocas cosas tan duras y negativas para una persona, una familia y para la sociedad en su conjunto como que alguien necesite trabajar y no pueda hacerlo. Todos tenemos a alguien muy cercano tocado por el paro, muchas veces dentro de la misma familia. Muchos padres que han apoyado a sus hijos para que estudien y se preparen al máximo y que ahora no encuentran donde desarrollar su profesión. Eso es malo para todos, porque se está desperdiciando la capacidad y fuerza de trabajo de los jóvenes, algo que una Comunidad Autónoma como la nuestra, tan envejecida, no puede permitir de ningún modo.
Precisamente esta prolongada crisis ha reforzado la tendencia al alza en la incorporación de jóvenes al sector agroganadero. Conocíamos estos días que el ritmo del último lustro, a razón de mil nuevos activos al año, se ha reforzado en la recién concluida convocatoria 2015, incluida en la programación del nuevo Programa de Desarrollo Rural, al superarse más del millar de incorporaciones en Castilla y León.
Frente al panorama inestable del resto de sectores económicos, para un joven el campo significa en la mayoría de los casos un trabajo de por vida, no sujeto a convenios laborales ni a los antojos de un jefe, porque lo normal en estas explotaciones de Castilla y León es que uno sea empleador y a la vez su propio empleado. Estás solo, pero también libre, no atado a una mesa, y eso ‘engancha’. Además, la inmensa mayoría, como es mi caso, tiene vocación, muchas veces desde muy temprano: vivimos lo que era el campo de niños, en nuestra casa, y acabamos formando parte del sector.
Como decía antes es un empleo de seguridad, pero a la vez con tremendos inconvenientes. Y no solo los puramente agronómicos que se citan cuando se habla del campo, esa “casa sin techo”, expuesta en cualquier momento a los caprichos del tiempo u otras fatalidades. El primer escollo que frena el acceso al joven es la tierra, la dificultad para hacerse con hectáreas suficientes para instalarse, porque son un bien escaso y cuando se ofrecen, para ser compradas o arrendadas, tienen precios desorbitados, imposibles de rentabilizar. Aun siendo prudente, el coste de las tierras, sumado al de maquinaria, naves y otras infraestructuras, compromete brutalmente y durante años la economía de los nuevos agricultores y ganaderos. Por eso somos recurrentes en ASAJA con la crítica hacia las administraciones cuando se retrasan en el abono de las ayudas a la incorporación, porque esos retrasos cortan el oxígeno a explotaciones que todavía están naciendo, y hay que apoyarlas para que se fortalezcan. Porque si les dejan crecer, los jóvenes de hoy tienen ideas, capacidad y empuje suficiente para generar riqueza y también empleo en los pueblos, porque estamos todos en el mismo barco, el del progreso común.
* Publicado en el suplemento agrario de El Mundo de Castilla y León, el lunes 9 de noviembre.