Por qué un cultivo modesto como es la alfalfa se está convirtiendo en una alternativa atractiva para muchos agricultores.
Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA CyL
En los últimos tiempos, un cultivo modesto como es la alfalfa se está convirtiendo en una alternativa atractiva para muchos agricultores. En Castilla y León hoy ocupa unas 95.000 hectáreas, una superficie estimable, de las que cerca de 30.000 se destinan a plantas deshidratadoras, proceso que facilita las cosas al agricultor, que no tiene que esperar a que el sol las seque, ni rezar para que no aparezcan lluvias que arruinen la producción. También ha experimentado un empuje el cultivo porque en los últimos años el precio ha sido seguro y estable lo que, sumado a los costes modestos que la alfalfa pide respecto a otras alternativas, explica su auge,
Lo ocurrido con esta forrajera es un ejemplo de lo que demandan los profesionales de la agricultura del siglo XXI. Por un lado, estabilidad, que en un sector tan imprevisible como es el nuestro, es un valor enorme. Por otro, rentabilidad, que llega por la combinación de un ajuste prudente de los costes y por unos precios sensatos. Aquí no hay ‘pelotazos’, el profesional del campo tiene que tener la cabeza muy fría para poder vivir de una empresa como es la agroganadera, que exige inversiones muy grandes, en la que sobrevivir es cuestión de saber salvar pequeños márgenes de beneficio, y en la que contar con un seguro de rentas es una herramienta más para su explotación.
Todo esto explica –y así se constataba el jueves pasado, en una jornada nacional celebrada en Palencia– que la alfalfa esté creciendo en Castilla y León, aun con el inconveniente frente al resto de España de que aquí de las 30.000 hectáreas que se deshidratan, solo 10.000 sean de regadío. Como media, una hectárea de regadío produce 10 toneladas de alfalfa, y solo cinco si es de secano. Un dato que deja clara la conveniencia de modernizar y aumentar nuestra superficie de regadío.
Otro punto débil de esta producción son las cíclicas apariciones de los topillos, que tienen estas fincas como objetivo predilecto en sus ataques. Ahí mucho pueden hacer las administraciones, y no hablo solo de plantar cara a los roedores cuando ya campan a sus anchas, sino de medidas preventivas que hay que adoptar sin demora, entre las que ASAJA subraya por su importancia permitir la quema de rastrojos, una medida tradicional que efectuada con control tiene muchos más beneficios que perjuicios, también medioambientales.
Dejando los temas agronómicos, otro punto que preocupa al sector de la alfalfa es que del cerca de millón de toneladas que cada año se exportan, 660.000 se dirijan a los Emiratos Árabes. Esa concentración del nicho de exportación tiene sus riesgos, como ya lo hemos vivido en el caso ruso, si de la noche a la mañana ese cliente decide buscar proveedores en otro sitio. Ni este sector ni en ninguno, conviene “poner todos los huevos en la misma cesta”.
El resto de la alfalfa deshidratada de España, alrededor de medio millón más, se queda en el mercado interior y es consumida por nuestros propios ganaderos. Y ahí pienso que también hay una gran tarea pendiente, que es la de ajustar un producto de calidad que se ajuste a la perfección a la ración alimenticia que precisa nuestro vacuno de leche. Sería un estímulo importante tanto para las explotaciones ganaderas, que contarían con el mejor forraje y a un precio competitivo, como para las deshidratadoras, que ganarían cuota en el mercado nacional. Ahí lo dejo, y ojalá recojan el guante las administraciones para favorecer esa beneficiosa asociación de agricultores y ganaderos.
* Artículo publicado el lunes 30 de noviembre de 2015 en el suplemento de Campo de Diario de CyL El Mundo