Producimos más y mejor, ofrecemos calidad a la industria agroalimentaria, nuestros productos ocupan los mercados internacionales, y a la vez nuestros agricultores ven resentidas sus rentas, ven disminuida su capacidad para invertir, y sienten que tanto esfuerzo y trabajo merece poco la pena.
José Antonio Turrado. Secretario Gral ASAJA Castilla y León
La consejera de Economía y Hacienda, Pilar del Olmo, ha fijado el crecimiento de Castilla y León en 2016 en el 3,2 por ciento, empujado en buena parte por el sector agroganadero. Nos felicitamos por lo que nos toca, por ser un sector que destaca generando riqueza, asentando empleo, y ocupando un territorio donde otras actividades económicas no quieren estar. Recordamos de paso a los que hacen las estadísticas que esto no es por casualidad, es porque el sector agrario invierte mucho, trabaja, gestiona, compite, innova, y en definitiva está a la última para hacerse con unos mercados cada vez más difíciles. Cierto también que en las cuentas de la agricultura es determinante una climatología que mueve a su albur las cosechas sin que los agricultores podamos hacer mucho para evitarlo. Y estas grandes magnitudes económicas tan positivas, incluso en la agricultura, lo serían más si los precios hubieran acompañado a la hora de vender las cosechas y las producciones ganaderas, cosa que con carácter general no ocurrió. Con recuperar un 7 por ciento de media ponderada en los precios, que puede ser el porcentaje que nos está llevando a pérdidas en el conjunto de varios subsectores, se movilizarían casi 400 millones de euros que el campo destinaría sobre todo a inversión, lo que generaría un efecto multiplicador en la industria y los servicios de esta autonomía. También hubieran mejorado todavía más las cuentas de Castilla y León si la ejecución de obra pública no se hubiera parado, y lo decimos por la parte que nos toca, aunque sea la más pequeña, de obra pública vinculada a las infraestructuras agrarias, como son los regadíos y las concentraciones parcelarias. La Junta y el Estado se paran y tenemos que ser los particulares los que rememos para que el barco no se hunda.
Es evidente que, al margen de la renta de nuestros agricultores y ganaderos, el sector primario le va a dar alegrías al Gobierno en los próximos años. Va a ser un motor de crecimiento porque el campo no se va a parar y porque tenemos sectores, como por ejemplo el cárnico y los vinos, que van a seguir vendiendo con fuerza en los mercados exteriores. Nuestro sector primario es competitivo porque hacemos las cosas bien y porque se paga poco por la materia prima, lo que redunda en un margen mayor para el manufacturero. Y esto es parte del problema, que los bajos precios que percibimos los agricultores y ganaderos no remuneran suficientemente la actividad y consecuencia de ello las grandes cifras económicas, tan positivas, no tienen un traslado a las economías domésticas de nuestras familias agricultoras. Producimos más y mejor, ofrecemos calidad a la industria agroalimentaria, nuestros productos ocupan los mercados internacionales, y a la vez nuestros agricultores ven resentidas sus rentas, ven disminuida su capacidad para invertir, y sienten que tanto esfuerzo y trabajo merece poco la pena. Es la diferencia entre las grandes cuentas del Estado o las autonomías, y la economía real.