En la próxima década se consolidará una transformación aún mayor que la vivida hasta ahora en la agricultura y la ganadería. En Francia se ha presentado un estudio sobre “el futuro de la agricultura”, que augura una especialización cada vez mayor en las explotaciones, que se agruparán en torno a cuatro tipos distintos.
Celedonio Sanz Gil
Quienes de una u otra manera estamos inmersos en este mundo agrario tendemos a pensar que las cosas no cambian, que en la agricultura y la ganadería todo sigue su carril cíclico, con sequía o sin sequía, con las rotaciones de siembra, cultivo y recolección, con los animales que llegan, engordan y se van, con las crisis repartidas entre unos y otros sectores, con más o menos profundidad, buscando siempre una salida con la que evitar los recortes y acercarse a nuevas ayudas o subvenciones, de uno u otro lado. Lo mismo de siempre, lo que ha sucedido en este 2015 y seguro que es lo que nos espera para este próximo año 2016.
Sin embargo, si rascamos un poco en ese panorama general vemos que la organización de la agricultura y la ganadería han cambiado mucho en lo que va de siglo y que en la próxima década se consolidará una transformación aún mayor, indudable e irreversible, simplemente por una cuestión demográfica. Ese dato que repetimos siempre, pero que no por haberlo reiterado tanto es menos cierto: Más del 70 por ciento de los agricultores y ganaderos superan los 55 años de edad y sólo un diez por ciento tiene sucesor en la explotación. Cada minuto desaparece un agricultor en la UE.
Hasta ahora el déficit de agricultores, de explotaciones, se ha ido paliando con un aumento de la superficie de cultivo asignada a cada uno de ellos. En cualquier pueblo que conozcamos podemos ver que han quedado tres o cuatro agricultores, o puede que ninguno, donde hace sólo veinte años había treinta, cuarenta o más. La incorporación de moderna maquinaria permite que los productores puedan recorrer decenas de kilómetros para labrar nuevas tierras de cultivo, aunque el régimen de propiedad sea muy variado y eso suponga también aumentar sus costes de producción.
Se puede afirmar que esta solución está a punto de periclitar y con ella el actual modelo de agricultura basado en la explotación familiar. Familias de rancia tradición agrícola, de siglos de agricultores y ganaderos, ven cómo ya no queda sucesor alguno, aunque las tierras siguen ahí y con su propiedad cada vez más dividida. Siguen ahí, como debe seguir el sector agrario porque, aunque a algunos les pese, hay que seguir comiendo y produciendo comida.
Aquí parece que esta situación pasa desapercibida; como siempre las urgencias no nos dejan ver las cuestiones de verdadera importancia. Por el contrario, en Francia, donde se toman mucho más en serio las problemáticas agrarias y alimentarias, ya han realizado los primeros estudios para elaborar los postulados que defenderán en la negociación de la reforma de la Política Agraria Común, que debe estar en vigor entre 2020 y 2025.
El Consejo General de Agricultura y Alimentación, órgano asesor del Ministerio de Agricultura francés, ha presentado un estudio sobre “el futuro de la agricultura” que augura una especialización cada vez mayor en las explotaciones, y distingue cuatro tipos distintos de futuro, que deberán tener también un tratamiento diferenciado.
En primer lugar estará lo que denomina “Agricultura heredada”. Serán las explotaciones familiares agrarias supervivientes, que deberán adaptarse a las nuevas circunstancias de los mercados agrarios, a la vez que sobrellevan la dura vida del agricultor, y tratarán de vender su producción, la que ellos decidan o pueden realizar, por los cauces tradicionales o las estructuras que los vayan sustituyendo. Estas explotaciones deberán tener un nivel de protección máximo, en lo que se refiere a la cuantía y acceso a las subvenciones de la PAC, porque representan la esencia del sector y la base del desarrollo rural. Aunque consideran que en los principales países comunitarios dejarán de ser las explotaciones mayoritarias “a corto plazo”.
El segundo modelo de explotación lo constituirá la “Agricultura de contractualización”. Serán explotaciones que restringirán su producción a la cuantía y al precio establecido por los compradores, a través de un contrato, en el que se establecerán los plazos de entrega de los productos y las contraprestaciones monetarias. Trasladarán a la tierra el modelo de integración de las explotaciones ganaderas que ya se lleva a cabo en estos momentos. Al agricultor le facilitarán los medios de producción: la semilla, los fertilizantes, los fitosanitarios, con un manual de instrucciones para saber cuándo y cómo emplearlos, y un precio por cada kilo o tonelada entregada, sin depender de las fluctuaciones del mercado. Al principio pondrán la tierra, la maquinaria y el trabajo, y poco a poco pasarán a ser empleados de las compañías compradoras. Consideran que a medio plazo será el modelo mayoritario.
El tercer grupo será la “Agricultura de firma”. Compuesto por explotaciones modernas, especializadas en determinados productos, de una fuerte inversión y aplicación de nuevas tecnologías, obligadas a funcionar con capital externo y con trabajo exterior asalariado. Con la idea de cerrar en la explotación todo el ciclo productivo hasta llegar al consumidor. En ellas los agricultores pasarán a ser ejecutivos de empresa que deberán responder a las expectativas de los accionistas.
La cuarta alternativa será la “Agricultura territorializada”, asentada en las zonas desfavorecidas, de montaña o con problemas naturales propios. En este caso lo importante será mantener el medio ambiente y favorecer el desarrollo rural. En estas explotaciones se mantendrá la pluriactividad, tanto agrícola como ganadera, y en diversos sectores, para poder mantener un nivel mínimo de ingresos o un nivel de vida aceptable. Para ellas se deberán articular fondos específicos de ayuda al desarrollo.
Estos cambios conllevarán la transformación total de las estructuras agrarias. El panorama cooperativo deberá adaptarse a la importancia cada vez mayor de las grandes compañías, y habrá que luchar contra los peligros del oligopolio, de unas pocas empresas que dominen los mercados. Lo mismo sucederá en el panorama organizativo y representativo, la especificidad de los agricultores y ganaderos se irá cercenando y las relaciones laborales cada vez se acercarán más a las tradicionales de empresarios y trabajadores asalariados.
O sea que ya no habrá agricultores y ganaderos, serán empresarios agrarios o empleados agrarios, y sólo si se consigue la necesaria formación y el suficiente grado de atracción y rentabilidad para que florezcan los empresarios agrarios se conseguirá alcanzar un futuro brillante para el campo en el horizonte del año 2025, que, aunque no lo parezca, está casi al lado.
* Analista de temas agroganaderos. Artículo publicado en Campo Regional