Cuando uno llega a la edad de Luis Ángel, a los sesenta años, intenta medir cada paso doblemente. Lógicamente, se desea seguir obteniendo los mejores resultados de la explotación, pero también se hace un esfuerzo por limitar las inversiones.
Cuando uno llega a la edad de Luis Ángel, a los sesenta años, intenta medir cada paso doblemente. Lógicamente, se desea seguir obteniendo los mejores resultados de la explotación, pero también se hace un esfuerzo por limitar las inversiones. Experiencia le sobra a este agricultor abulense, que comenzó a trabajar en el campo a los 15 años, y maneja una explotación, entre superficie propia y arrendada, cercana a las 200 hectáreas. Todo en secano: trigo, cebada, a veces garbanzos, girasol… “Siempre me ha gustado rotar, me molesta mucho que se explote las posibilidades de la tierra. Por eso sigo con el girasol, incluso desde que nos han excluido del programa agroambiental, por culpa de una medida discriminatoria e injusta”, comenta.
En Sanchidrián, su pueblo, este año se ha sumado un nuevo problema: la plaga inusitada de conejos. Como ha ocurrido en otras zonas de la región, en cuestión de meses, el número habitual de estos mamíferos se ha multiplicado de una forma endiablada, y lo que en los últimos años habían sido daños esporádicos, “ahora son muy cuantiosos: parcelas enteras han sido comidas cuando estaban en aguja, y ya no retoñan, están blancas”, explica. A Luis Ángel le parece contradictorio que la presión cinegética se centre en predadores como los zorros, “porque eso impide que la naturaleza se regule a sí misma”.
A medida que se acerca la jubilación, este agricultor se da cuenta de que tiene auténtica vocación, que si tuviera 20 años volvería a andar el mismo camino. Entiende que a sus hijos les atraiga tener un salario, pero él encuentra que en el campo se está más libre, más a tu ritmo. “Pero –puntualiza– cuando lleguen los 65 no me gustaría continua trabajando; será tiempo de dedicarme a otras cosas, que no sólo de pan vive el hombre”, dice, con voz jovial.