En la Feria Alimentaria de Valladolid las empresas y la administración estaban adentro celebrando su particular fiesta. Afuera los agricultores y ganaderos reclamaban un precio justo para sus productos, pero una vez más ambos mundos estaban separados por un infranqueable muro.
La Feria Alimentaria de Castilla y León, recientemente celebrada en Valladolid, ha sido un buen escaparate para dar a conocer nuestros productos a quienes pueden abrir nuevos mercados. No cabe duda de que nuestros productos agroalimentarios son de una calidad contrastada, y que se han dado en estos últimos años pasos importantes a favor de la misma. Calidad que ha empezado por mejorar las materias primas, es decir, lo que producen nuestros agricultores y ganaderos. La modernización de las industrias de transformación aplicando las nuevas tecnologías, y la investigación y desarrollo que han tenido lugar, han sido determinantes para que los productos alimenticios de Castilla y León puedan competir en los mercados nacionales e internacionales tanto en calidad como en precio.
El gran error de la Feria Alimentaria estuvo, a mi modo de ver y entender, en que se olvidó al primer escalón de la cadena: al agricultor y ganadero. Y no sólo es que la feria no contase con la parte de la producción, sino que se celebró de espaldas al sector agropecuario. Es significativo que quienes producen la leche, las patatas, las uvas, las hortalizas o la carne no hayan visto la Feria como algo suyo, como algo que les interese, y más bien al contrario han considerado como enemigos a quienes exponían en el recinto.
Nuestra industria agroalimentaria no habrá alcanzado el grado de madurez propia de quienes quieren conquistar los mercados hasta que no normalice sus relaciones con el sector productor y establezca unas relaciones interprofesionales propias de países europeos de nuestro entorno. La industria agroalimentaria tiene necesariamente que contar con el agricultor y ganadero para mejorar la calidad de los productos y ofrecer aquello que demanda el consumidor, y tiene también que garantizar unos precios por los productos que permitan una renta digna a la gente del campo, ya que de lo contrario el abandono del sector será un hecho. Y en el momento en que no exista la imbricación del sector agrario y el transformador, y los productos vengan de fuera, ya no vale la publicidad gratuita de la calidad de los productos de nuestra tierra, pues transformar y envasar productos de fuera lo puede hacer cualquiera en cualquier parte del mundo y a buen seguro de forma más eficiente y barata.
Por todo ello, los productos de Castilla y León, con o sin marchamo específico de calidad, requieren del compromiso y la actuación conjunta de todas las partes que intervienen en la cadena productiva, y, en mayor medida que ninguna otra, de la parte agrícola y ganadera. Si nuestra industria agroalimentaria es inteligente y hace una apuesta de futuro seguro que sabrá entenderlo, y debería de entenderlo también una administración pública que es más proclive por ejemplo a degustar los vinos y los quesos que a involucrarse con los problemas de ganaderos y viticultores. El sector agropecuario está en crisis, y esa crisis se ha de resolver de la mejor manera posible, de la menos traumática, y no podemos hablar de un próspero y prometedor sector agroindustrial si nuestros agricultores y ganaderos tienen que cerrar la puerta porque sus explotaciones no son viables.
La industria agroalimentaria, aunque se equivoque a la larga, está en su derecho de no mirar para la parte agrícola, de no querer repartir parte de los beneficios, y de imponer en vez de negociar. Lo que no es de recibo es que la administración, nuestro Gobierno regional, permita con complacencia que la parte más fuerte se desarrolle a costa de arruinar a quien produce. Que permita márgenes comerciales de escándalo mientras se paga la leche al productor un quince por ciento menos que hace un año, cuando las patatas se venden a tres céntimos, las legumbres no valen nada, y la carne no levanta cabeza.
En la Feria Alimentaria de Valladolid las empresas y la administración estaban adentro celebrando su particular fiesta. Afuera los agricultores y ganaderos reclamaban un precio justo para sus productos, pero una vez más ambos mundos estaban separados por un infranqueable muro.
El gran error de la Feria Alimentaria estuvo, a mi modo de ver y entender, en que se olvidó al primer escalón de la cadena: al agricultor y ganadero. Y no sólo es que la feria no contase con la parte de la producción, sino que se celebró de espaldas al sector agropecuario. Es significativo que quienes producen la leche, las patatas, las uvas, las hortalizas o la carne no hayan visto la Feria como algo suyo, como algo que les interese, y más bien al contrario han considerado como enemigos a quienes exponían en el recinto.
Nuestra industria agroalimentaria no habrá alcanzado el grado de madurez propia de quienes quieren conquistar los mercados hasta que no normalice sus relaciones con el sector productor y establezca unas relaciones interprofesionales propias de países europeos de nuestro entorno. La industria agroalimentaria tiene necesariamente que contar con el agricultor y ganadero para mejorar la calidad de los productos y ofrecer aquello que demanda el consumidor, y tiene también que garantizar unos precios por los productos que permitan una renta digna a la gente del campo, ya que de lo contrario el abandono del sector será un hecho. Y en el momento en que no exista la imbricación del sector agrario y el transformador, y los productos vengan de fuera, ya no vale la publicidad gratuita de la calidad de los productos de nuestra tierra, pues transformar y envasar productos de fuera lo puede hacer cualquiera en cualquier parte del mundo y a buen seguro de forma más eficiente y barata.
Por todo ello, los productos de Castilla y León, con o sin marchamo específico de calidad, requieren del compromiso y la actuación conjunta de todas las partes que intervienen en la cadena productiva, y, en mayor medida que ninguna otra, de la parte agrícola y ganadera. Si nuestra industria agroalimentaria es inteligente y hace una apuesta de futuro seguro que sabrá entenderlo, y debería de entenderlo también una administración pública que es más proclive por ejemplo a degustar los vinos y los quesos que a involucrarse con los problemas de ganaderos y viticultores. El sector agropecuario está en crisis, y esa crisis se ha de resolver de la mejor manera posible, de la menos traumática, y no podemos hablar de un próspero y prometedor sector agroindustrial si nuestros agricultores y ganaderos tienen que cerrar la puerta porque sus explotaciones no son viables.
La industria agroalimentaria, aunque se equivoque a la larga, está en su derecho de no mirar para la parte agrícola, de no querer repartir parte de los beneficios, y de imponer en vez de negociar. Lo que no es de recibo es que la administración, nuestro Gobierno regional, permita con complacencia que la parte más fuerte se desarrolle a costa de arruinar a quien produce. Que permita márgenes comerciales de escándalo mientras se paga la leche al productor un quince por ciento menos que hace un año, cuando las patatas se venden a tres céntimos, las legumbres no valen nada, y la carne no levanta cabeza.
En la Feria Alimentaria de Valladolid las empresas y la administración estaban adentro celebrando su particular fiesta. Afuera los agricultores y ganaderos reclamaban un precio justo para sus productos, pero una vez más ambos mundos estaban separados por un infranqueable muro.