No es raro que la imagen que aparece en los medios de comunicación de los agricultores y ganaderos sea la misma que cuando los bisabuelos tenían una docena de ovejas, seis gallinas y dos cerdos para la matanza. Y eso, se mire por donde se mire, duele, porque no es verdad.
Hace pocos días, un ganadero de ovino socio de nuestra organización me expresaba su disgusto por la imagen que en ocasiones aparece en los medios de comunicación sobre los profesionales del sector. Con demasiada frecuencia, para hablar de agricultura y la ganadería se escoge a personas ya muy mayores, incluso que abandonaron hace años la actividad, que conservan un pequeño hato de animales o una granja ya maltrecha, y que lógicamente hablan más de cómo era el trabajo en el pasado que en el presente, porque hace ya mucho tiempo que dejaron de hacer inversiones y actualizar sus explotaciones.
Por supuesto que nuestros mayores atesoran muchos conocimientos y tienen mucho que contar, pero desde un punto de vista histórico y sociológico si se quiere. Pero el ciudadano que vive en una ciudad y ve en concreto ese programa se queda con la imagen de que en el campo todavía la gente es así y se sigue trabajando de aquella manera que conocieron nuestros abuelos. Es lo mismo que si para hablar del sector de la automoción sacaran a un mecánico en un taller de los años cincuenta, en lugar de las modernas y flamantes líneas de producción de, por ejemplo, Renault.
Pero en el campo han ocurrido muchas cosas y esas imágenes forman parte de un pasado ya lejano. Especialmente desde la entrada de nuestro país en la PAC, el vuelco dado en el sector ha sido importantísimo. Me atrevo a decir que posiblemente ningún otro sector productivo de la sociedad española ha avanzado tanto y en tan pocos años hasta alcanzar un nivel productivo óptimo y parejo a cualquier país europeo. Por eso, contra lo que ocurre en otros sectores, en el campo no causa ningún quiebro converger y homologarnos a cada norma marcada desde Bruselas, porque es un hábito adquirido desde hace mucho tiempo.
No sé si, como se decía cuando empezó el “papeleo” europeo, los agricultores hemos pasado” de la gorra a la carpeta”, pero al menos lo hemos conjugado al 50 por ciento, porque en estos años ha avanzando tanto los niveles de producción como el cumplimiento de parámetros de garantías sanitarias, manejo adecuado y sostenibilidad ambiental marcados por la UE.
Después de una larga jornada de trabajo, de ordeño y atención a las ovejas, de preparación de alimentos, limpieza de instalaciones, actualización de libros y contabilidades, incluso de echar un vistazo en Internet para ver por dónde apuntan los mercados, ya de noche nuestro ganadero se sienta unos minutos a ver la televisión con su familia y ¿qué se encuentra? Pues que la imagen que dan de su trabajo es la misma que cuando los bisabuelos tenían una docena de ovejas, seis gallinas y dos cerdos para la matanza. Y eso, se mire por donde se mire, duele, porque no es verdad.
Pienso que entre todos tenemos que hacer un esfuerzo para explicar y valorar cómo es hoy nuestro sector. Se confunde demasiado al consumidor con la idea de que “lo bueno” y “lo natural” era lo del pasado. ¡Si nunca ha sido mejor y más segura la alimentación que hoy en día! Cada litro de leche, cada pieza de carne, pasa por multitud de controles para que esté asegurada su procedencia y conservación. El buen agricultor, el buen ganadero, sabe que para que sus tierras y animales den lo mejor precisan de los mejores cuidados. Y todos esos sellos de calidad que luego hacen sentir tranquilo y seguro al consumidor cuando compra alimentos son en buena parte consecuencia de los buenos profesionales del campo. Profesionales con explotaciones ordenadas, eficientes y modernas, que pueden garantizar que lo que llega a la mesa es el lo mejor. Que lo de los tiempos de la cántara y la burra ya es cosa del pasado.