Lobos, osos y tularemia, o la complicada convivencia entre fauna y actividades agrícolas y ganaderas
José Antonio Turrado. Secretario general de ASAJA de Castilla y León
Recurro a la prensa del día en busca de tema para este editorial que esté a la altura de nuestros lectores y, relacionado con lo nuestro, encuentro una información sobre la proliferación de la población de osos, las autorizaciones para cazar lobos, y una reseña informativa en clave sanitaria sobre enfermos de tularemia en el área de salud de Palencia. Pues vayamos por partes. Respecto al oso, nos alegramos de que se recupere una especie en peligro de extinción que puede despertar tanto interés medioambiental y hasta tanta ternura, si se me permite. Pero una cosa es que se mantenga una población de osos como hubo toda la vida, que se sabía que existían pero no se les veía, circunscrita a ciertas áreas de la cordillera Cantábrica, y otra muy distinta que promovamos poblaciones donde nunca los hubo y en número de ejemplares que distorsione otros ecosistemas y haga imposible la vida de las personas. Porque, no nos engañemos, una vez que se hayan avistado osos en Sanabria, en Saldaña, en la Cabrera o en las Merindades, por poner algunos ejemplos, vendrán las restricciones, vendrán esos planes de uso y gestión que frenan el desarrollo económico y que hacen que su presencia sea incompatible con la vida de las personas. El oso no es un animal pacífico, o al menos no lo es siempre, y no deja de ser un depredador con una barriga difícil de llenar, por lo que ya tenemos otro motivo de preocupación los agricultores y ganaderos, y muy particularmente las organizaciones que los representamos.
Respecto a las noticias sobre el lobo, nada que no se haya dicho y escrito. Este cánido divide a la población con posturas enfrentadas entre quienes no se juegan nada y quieren verlo hasta en los parques –a poder ser en el del pueblo de al lado– y quienes lo repudian porque diezma sus rebaños, haciendo incompatible el sistema de pastoreo tradicional con su presencia. Una presencia tan abundante en número que para igualarlo hay que remontarse al menos a hace un siglo, y tan extendido en el territorio como no recogen las crónicas en los últimos siglos. El lobo es hoy día fruto de una errónea política conservacionista, uno de los problemas más serios a los que se enfrenta el sector ganadero de Castilla y León, y la única solución posible es el control de los censos, la explotación sin restricciones como especie cinegética, y la asunción por parte de la Junta de todos los daños causados como daño patrimonial puro y duro.
Y por último la tularemia. Únicamente recordar que ya en el año 2007, con motivo de la plaga de topillos, más de medio millar de castellanos y leones requirieron hospitalización para sobrellevar esta enfermedad, ciertamente fácil de curar, pero que tiene al paciente hecho unos zorros durante días con un cuadro febril que no remite a pesar de los chutes de antibiótico en vena. Pues bien, después de varios meses con poblaciones de topillos por encima de los niveles habituales, en particular en ciertas comarcas de provincias como Palencia, de nuevo los pacientes de tularemia llegan a los hospitales. Como ya ocurriera entonces, la Junta no reconocerá la relación causa efecto, ni reconocerá que cuando el enfermo es un agricultor, estamos ante un caso claro de enfermedad profesional y como tal debería de ser considerado por la Seguridad Social. Y es que, la plaga de los topillos, tiene más componentes que el estrictamente agronómico, porque el roedor es un medio de difusión de esta enfermedad, la tularemia, común entre el hombre y varias especies que viven en el campo en libertad.