Hace ya años despareció el servicio militar en España, pero en los pueblos no ha dejado de haber “quintos”. “Quintos” y también “quintas”, jóvenes y también veteranos.
Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA de Castilla y León
Los agricultores nos parecemos a los “chiguitos”, como decimos por mi tierra, en que para nosotros el nuevo año comienza cada septiembre, en lugar del 1 de enero. Cuando el verano da sus últimos coletazos hacemos recuento de cómo ha sido la última cosecha –la última poco provechosa, por desgracia– y empezamos a mirar al cielo, a ver si llueve o escampa, y podemos poner en marcha las tareas de la próxima sementera. Como casi siempre ocurre por aquí, en unos días se pasa del calor agobiante al tiempo destemplado; y lo mismo en nuestros pueblos, que de finales de agosto a principios de septiembre pasan de estar en ebullición a estar, muchos de ellos, casi vacíos.
Esos escasos dos meses de verano son poco tiempo, contra los otros diez meses de obligaciones y frío, durante los que emigraron a trabajar a la ciudad apenas regresan al pueblo, todo lo más a hacer una visita en los Santos, o en Semana Santa. El resto del tiempo permanecemos los agricultores, los ganaderos, algún autónomo que tiene su tarea en el medio rural y, sobre todo, nuestros mayores. Ellos se siguen sentando en cuanto hay un rayo de sol en un banco, y si no al calor del teleclub, para hablar de lo que ha dado de sí el verano, de lo que van cambiando las cosas, de qué fue de este vecino o de aquel otro. También hablan de sus tiempos mozos, de cuando hicieron la “mili”, un momento importante para ellos, porque para muchos fue el único tiempo en el que salieron del pueblo, y conocieron otros lugares y gentes. Es curioso que, pese a que las condiciones del cuartel eran duras y someterse a los mandos difícil, la inmensa mayoría habla de esa etapa con orgullo.
Hace ya años despareció el servicio militar en España, pero en los pueblos no ha dejado de haber “quintos”. “Quintos” y también “quintas”, porque ahora en las celebraciones o encuentros se incluyen también a las chicas que pasan esa barrera de los 18 años. Ya no hay “mili” y todo es diversión, a veces para desesperación de los pobres padres, que han de estar pendientes de sus hijos, sobre todo cuando quieren salir a la fiesta del pueblo de al lado, con el peligro que todos los que somos padres tenemos en la mente: el coche.
De un tiempo a esta parte, también se ha puesto de moda en muchos pueblos las reuniones de “quintos” ya veteranos, en fechas significativas, como cuando cumplen cuarenta, cincuenta o sesenta años. No siempre es fácil encontrar a los que fueron nuestros compañeros de pupitre en escuelas rurales, que antes tenían cien niños y hoy muchas han tenido que cerrar sus puertas. Pero poco a poco se van recuperando los nombres y poniendo de acuerdo esos hijos del pueblo, muchos de ellos viviendo a muchos kilómetros de su lugar de origen. Se fija una fecha en verano y se reúnen en torno a una comida, dejando registro fotográfico del momento.
En esos encuentros de “quintos” ya veteranos se habla se habla del pasado, de los tiempos en los que eran niños que ni siquiera se imaginaban que un día tendrían que buscarse las habichuelas en otro lugar; también se habla de los compañeros que por desgracia ya no están, sintiendo su pérdida. Pese al paso del tiempo y las vicisitudes de la vida, conservamos un gran amor por nuestros pueblos, y nos duele el abandono al que se han visto sometidos, sin nadie quererlo, solo porque no había otra.
Cada verano, esos reencuentros con los que de niños fueron nuestros “quintos”, con los que íbamos al río o preparábamos alguna que otra pifia, nos sirven también para recordar de dónde venimos y estar orgullosos de nuestras raíces comunes. También, pese a que los problemas y el trabajo nunca faltan, estos encuentros nos sirven para alegrarnos de seguir vivos, para recuperar fuerzas y para volver al “tajo” cada septiembre, con el deseo de que el próximo verano volvamos a estar juntos y compartir unos vinos en nuestro querido pueblo.
Fotografía: Quintos de 1955 en Torrelobatón (Valladolid). Foto de la familia San José Negro. Fototeca de la Fundación Joaquín Díaz.