Los expertos recuperan y actualizan la arquitectura tradicional de adobe y tapial de Tierra de Campos
CAMPO REGIONAL / Teresa S. Nieto
Seguramente nuestros antepasados hubieran preferido edificar sus casas sobre roca, como se recomienda en el Antiguo Testamento. Pero en Tierra de Campos, la de hace años y la de ahora mismo, la roca no abunda; ni siquiera sobran los árboles para garantizar unas vigas sólidas. Así que durante mucho tiempo tuvieron que edificar con el material que tenía más a mano, la tierra. Trabajada con conocimiento y esmero, dio tan buenos resultados que, todavía hoy, se conserva en los pueblos una abundante arquitectura que tiene su base en el adobe o en el tapial.
Desde hace años un grupo de estudiosos de la arquitectura tradicional de la Universidad de Valladolid sigue el rastro de este tipo de construcciones. Anualmente, el Grupo Tierra, como se denomina, organiza un congreso en el que intercambian información y perspectivas con expertos de otros países –europeos, americanos, incluso de Japón–, porque la arquitectura en tierra es compartida en otros muchos lugares del planeta. El último, celebrado a finales de septiembre, se celebró en Cuenca de Campos, un enclave simbólico por ubicarse en una zona muy rica en este tipo de construcciones “frágiles pero a la vez sólidas”, como comenta José Luis Sainz Guerra, codirector, con Félix Jové, del congreso.
El declive de la arquitectura en tierra llegó con el éxodo rural de los años 50 y 60. “Mucha gente del campo emigró a Madrid, Bilbao o Barcelona, dejando atrás las casas que habitaban o construcciones menores que utilizaban en su trabajo, como chozos, palomares, etc.” Al ser material principal la tierra, los fallos en la cubierta abrieron paso a las goteras y, con el agua, al derrumbe de muchos de estos muros. Aun así, “como hubo mucho, se conserva mucho. El estado actual es muy dispar, no es lo mismo la casa de un labrador con muchas tierras, más sólida, que otra más sencilla; no es igual una construcción que el dueño ha mantenido protegiendo la capa de trullado y el tejado, y ventilando para evitar la humedad, que otra que no se ha cuidado”, explica el arquitecto.
La mayor parte de estas construcciones en tierra son “autoconstrucciones”, algo típico de la arquitectura popular, puesto que durante siglos cada familia construía su vivienda por sí misma, o a lo sumo con la colaboración de algún albañil popular. Para ello seguían a rajatabla técnicas transmitidas de generación en generación. Era la arquitectura del sentido común, “con resultados comprobados a través de los siglos. Sabían qué tipo de tierra era la buena para construir sólo con calibrarla con su mano, con un criterio tan fiable como los laboratorios actuales. Habían conseguido esa precisión con la experiencia, viendo qué casas se caían y cuáles aguantaban el paso del tiempo”, explica José Luis Sainz.
Ese conocimiento, por desgracia, “muere con nuestros antepasados, porque sus hijos y nietos ya sólo han conocido el hormigón”, apunta. Sin embargo, los especialistas están tratando de recuperar de forma sistemática estas técnicas populares de construcción, para que arquitectos y empresas de construcción sean capaces de utilizarlas en la actualidad “atendiendo a los parámetros de calidad y seguridad actuales, y a la vez aprovechando los beneficios que aportaba la arquitectura en tierra”, indica Sainz.
Para quien conserve construcciones en la que la tierra es material clave, bien de adobe o tapial o entremezclada con otros elementos, José Luis Sainz insiste en que lo fundamental es protegerlas frente a su peor enemigo: el agua. Hay que garantizarles, como antaño, algún tipo de cobija en la parte superior, y si es posible ofrecer a los muros un “trullado”, una cubrición que proteja su estructura. “Mantenerlos exige poco esfuerzo, lo que es muy costoso es volverlo a poner en pie si se derrumba”, advierte el especialista.
Chozos, casetas y guardaviñas
Una de las ponencias del último congreso del Grupo Tierra, celebrado a finales de septiembre, se dedicó a los chozos y casetas en Tierra de Campos y Montes Torozos. Un tema en el que, desde hace años, trabaja el arquitecto Óscar Abril, que ha recopilado información sobre estas construcciones desperdigadas por la geografía de provincias como Valladolid, Zamora, Palencia o León, en las que la tierra era material fundamental. Los chozos tradicionalmente no tenían puerta, y servían de refugio del frío o del sol a varias personas del mismo pueblo; en las casetas de era, por el contrario, sí había cerrojo, porque el agricultor almacenaba aperos.
Óscar ha inventariado cerca de un centenar; otras muchas desaparecieron, algunas recientemente, sin dejar rastro. “El problema principal para que se conserven es encontrarlas una utilidad. Por ejemplo, en uno de los casos el ayuntamiento emplea la caseta para guardar material de mantenimiento”, comenta. En algunos casos, el mantenimiento de sus dueños ha sido ejemplar. Recuerda el caso de Manuel Medina, quien hasta su reciente fallecimiento conservó en perfecto estado el bonito guardaviñas de Ceínos de Campos.
Fotografía: Guardaviñas de Manuel Medina, en Ceínos de Campos –FOTO Oscar Abril