Estudio de Carlos Porro sobre los peinados y tocados de nuestras antepasadas
C.R./ Teresa S. Nieto
En el folklore muchas veces se asocia a indumentaria tradicional, a danzas, a instrumentos y música. No tantas al peinado. Pero también en el cuidado del cabello y la manera de recogerlo se refleja el paso del tiempo y los cambios de costumbres. En cómo iban coronadas las testas de nuestras antepasadas ha centrado esta vez sus investigaciones Carlos Porro, historiador y experto en folklore.
Como cuenta, el cuidado del pelo y su arreglo ha sido desde siempre una señal de embellecimiento y gusto personal. Ya en la prehistoria se recurría a plumas, hojas o tintes vegetales para adornarlo. También la forma de recogerlo indicaba en muchos casos si la mujer era soltera o casada. Porro se ha centrado en los peinados y tocados de Castilla y León de los siglos XVIII al XX. “Si conocemos la pluralidad de adornos, tejidos y colores de la indumentaria tradicional no podía por menos que corresponderse en el peinado y su adorno, la variedad de las formas, motivos y modelos de recogido es enorme”, subraya el experto.
Así ha registrado desde los trenzados del moño de “picaporte”, pasando por los peinados de rosca, los rodetes laterales, con churros, rizos, trenzados y cocas, y hasta las trenzas de tres a veintiún cabos típicas para llevar bajo la montera. Porque muchos de estos peinados estaban asociados a tocados concretos, como la montera, el pañuelo o las mantillas, y a adornos como agujas, pasadores y cintas. Para el hombre, más discreto, se reservaban sombreros, monteras y pañuelos, y también había peinados infantiles y tocados específicos, como el “gorro perifollo”.
Recuerda Carlos Porro que los viajeros franceses o ingleses que en el pasado descubrían nuestra tierra dejaron constancia de esos tocados complejos con los que las mujeres ornaban sus cabezas, filigranas creadas con sencillos recursos, solo dos manos y buena maña.