El campo no es una moda, es una carrera a largo plazo. No basta con prometer a los que llegan “el oro y el moro”. A la vuelta de la esquina, ellos mismos ya no serán los “jóvenes”, sino la siguiente generación, la de los profesionales ya con experiencia, pero también con muchos años de trabajo por delante.
Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA de Castilla y León
Hace 25 años nacía nuestra organización o por lo menos nuestras siglas, ASAJA: Asociación Agraria Jóvenes Agricultores. Partía de la fusión de tres anteriores, Ufade CNAG y Jóvenes Agricultores, y fue este último nombre el que se eligió para que permanecería como seña de identidad de la que nacía para ser la organización agraria de referencia en nuestro país. Por entonces, el movimiento sindical era muy joven, y los que lo impulsaban también. Muchos de ellos, hoy, ya no están en activo; algunos otros ya han superado la década de los cincuenta. Pero el nombre de ASAJA sigue conservando su raíz, Jóvenes Agricultores, porque creer en que las nuevas generaciones llegarán y tomarán el relevo es creer en el futuro de la agricultura y la ganadería.
Durante décadas el campo ha asistido a una reconversión de efectivos silenciosa. Cada año se jubilaban muchos más de los que se incorporaban, mermando el empleo en el sector pero, paralelamente, propiciando que se redimensionaran unas explotaciones por entonces pequeñas que no podían competir con las cada vez más exigentes condiciones del mercado. Desde hace dos o tres años, un poco al aliento de la crisis, esta tendencia ha cambiado. Sin llegar a reponerse al cien por cien la gente que se va, prácticamente se ha doblado el número de chicos y chicas que preparan el curso de incorporación y permanecen al frente de la explotación familiar.
A este cambio pienso que se han adaptado antes los hijos que muchos de sus padres que de alguna manera han educado a sus hijos animándoles a encontrar trabajo en otro sector, para evitarles los sinsabores del campo, que no son otros que tener que hacer grandes inversiones para luego estar sometido a recibir por la producción unos precios inestables. Los padres conocieron otro mundo, en el que parecía que había mayor seguridad en otros sectores, en los que se recibía una nómina sin tener las preocupaciones de tener que llevar adelante tu propia empresa. Pero ese no es ya el mundo, no es desde luego el mundo que les ha tocado a sus hijos, mucho más complejo e inestable. En el mundo de hoy los jóvenes valoran mucho gestionar su propio patrimonio, y no les falta ilusión para echar las horas necesarias para lograr un buen resultado. Ya no necesitan que nadie les diga que tienen que estar orgullosos de ser agricultores y ganaderos: lo están, y mucho. Lo que quieren es herramientas para enfrentarse a los problemas que les superan: principalmente defenderse en un mercado en la que se les bajan los precios sin consideración, y también acceder a financiación sin que sea preciso recurrir a cada paso a su familia. Quieren, básicamente, poder decidir por sí mismos.
Cuando se habla de jóvenes se habla inmediatamente de ayudas. Y es verdad que desde aquel famoso real decreto 808/87, reforma tras reforma, las administraciones han ido incrementado el umbral de ayudas. Son importantes, aunque también hay que considerar que ese dinero no va a los bolsillos de los agricultores, sino que genera riqueza en muchos sectores: en el de maquinaria, en el de infraestructuras de riego, en el de la construcción, al impulsarse naves, etc. Lo más importante es que este dinero se gestione con máximo rigor, comprometiendo nuevas empresas agroganaderas con raíces sólidas, que permanezcan en nuestros pueblos hoy, dentro de cinco años, y dentro de veinte.
Por eso no me acaba de convencer eso de que hay una “vuelta al campo”. El campo no es una moda, es una carrera a largo plazo. No basta con entusiasmar a los que ahora llegan, y prometerles “el oro y el moro”. A la vuelta de la esquina, más pronto que tarde, comprenderán que este trabajo es cuestión de constancia. Por entonces ellos mismos ya no serán los “jóvenes”, sino la siguiente generación, la de los profesionales con ya unos cuantos años de experiencia, pero también con muchos años de trabajo por delante. Ellos mismos serán padres y tendrán cargas familiares, y si son buenos profesionales, y seguro que lo son, querrán seguir mejorando y ampliando sus explotaciones, y también entonces precisarán del apoyo de las administraciones para acometer nuevas inversiones. Serán profesionales que también un día se plantearán la sucesión en sus explotaciones, y ojalá prevean pasar a esa última fase mejor pertrechados que sus padres y abuelos, con una pensión digna que les permita no andar “mareando la perdiz” reteniendo tierras e impidiendo, como ocurre ahora, que los jóvenes tomen el relevo en el sector.
Todos –los más jóvenes, los de edad media, los mayores–, tenemos que colaborar para que la agricultura y la ganadería sea, además de la que amamos, una profesión que permita vivir con dignidad, en todas las fases de nuestra vida. Y estoy convencido de que se puede conseguir.