«No basta con estar contra el fin de los pueblos, hay que dotar a sus habitantes de los servicios que precisan para poder vivir en ellos»
Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA Castilla y León
Cuando las cosas están revueltas, con la economía a trompicones y la situación política destemplada, dicen los mayores que lo mejor es volver al pueblo. Ellos, que han vivido crisis, hambres y experiencias, saben que en el pueblo, con unos cerdos, unas gallinas y una huerta, uno se hace fuerte y resiste más que en los arrabales de las grandes ciudades. No les falta razón a nuestros mayores y de hecho, en los últimos tiempos, raro es el día en el que no tropiezas en una revista o en la televisión con un programa sobre alguna pareja joven y optimista que quiere recuperar sus orígenes y regresar al pueblo.
Sin embargo, la realidad es tozuda y va por otro camino. Hace unos días, me tocaba hacer de taxista para mis hijos y realizar el mismo recorrido que hacía yo 25 años atrás, para celebrar la Nochevieja. Lo primero, en mi pueblo ya no hay como entonces una veintena de jóvenes que aseguraban la juerga y las risas. Luego, yendo de Carrión a Saldaña, de Saldaña a Sahagún, que hace 25 años estaban repletos de locales, ahora resisten solo los bares, los pub se cuentan con los dedos de la mano y las discotecas han pasado a mejor vida. Esto, que parece algo superficial, no lo es. Es el indicativo de que hay pocos jóvenes, y a la vez, esa carencia aleja a los jóvenes que quedan. Porque todos hemos sido adolescentes, y sabemos que en esa etapa tener amigos y salir es tan esencial casi casi como comer. Y también sabemos que si no hay jóvenes, no hay familias, no hay niños: no hay vida, en definitiva.
El otro día los Reyes Magos de ASAJA entregaban su carbón a la Junta de Castilla y León por el problema más grande que tiene esta Comunidad Autónoma: la pérdida de población y la pérdida de servicios a los habitantes del medio rural. Una cosa va de la mano de la otra, como la pescadilla que se muerde la cola, y en todos estos años los pueblos han ido a menos, sin hacer ruido, y algunos hasta su desaparición. Un día cerraba la escuela, otro el médico empezaba a espaciar las visitas, otro dejaba de verse por allí a la patrulla de la Guardia Civil, otro se quitaba la misa, otro el coche de línea suprimía la parada… Y así, hasta lo que tenemos hoy. Yo no soy mago de Oriente ni de Occidente, pero otros que presumen de saber más que yo de estos temas deberían no olvidarse de que detrás del fin de un pueblo está un poco el fin de lo que somos todos nosotros, porque casi todos procedemos de un pueblo. En nuestra protesta los manifestantes llevaban pancartas pidiendo servicios, sanidad, jóvenes, seguridad, colegios, internet, empleo, vivienda, transporte, pensiones dignas. Peticiones sensatas que las administraciones tienen obligación de atender. No basta con estar contra el fin de los pueblos, hay que dotar a sus habitantes de lo que se precisan para poder vivir en ellos.
* Artículo publicado en El Mundo de Castilla y León el lunes 11 de enero de 2016.