Celedonio Sanz Gil
La invasión de Ucrania por el ejército ruso parece haber puesto en cuestión todos los principios que sustentaban la sociedad europea. Todos menos la PAC. Esa reforma que se aprobó y se publicita para 2023, esa estrategia diseñada por los burócratas comunitarios llamada “De la granja a la mesa”, parece ajena a este cataclismo. Todo esto que se lleva cerca del 40 por ciento del presupuesto comunitario se presenta como algo inmutable, capaz de sobrevivir a la más dura subversión sufrida en la UE desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Una subversión que va más allá de la dura crisis económica que ahora nos aprieta y nos consume a todos los ciudadanos, en cualquier orden de nuestra vida. Desde algunos sectores sociales se ha vuelto la mirada al sector agroalimentario y se clama por implementar cambios en la UE que vuelvan a priorizar el autoabastecimiento productivo porque las importaciones a precios reducidos ya no parecen la panacea que habían planteado, porque la producción ecológica y los agro esquemas ya no se aventuran como la tierra de promisión. Ahora hay que preguntarse quién podrá pagar el litro de leche a dos euros o la docena de huevos a 5 euros, solo porque las vacas anden un poco más por los prados o las gallinas picoteen unos metros más en las granjas.
Las expectativas de expansión tras la crisis provocada por la Covid se esfuman. Las previsiones de crecimiento se ensombrecen y la inflación se dispara a niveles nunca vistos. Los precios de la energía, que en España ya eran muy elevados, se han disparado a límites insospechados e inasumibles y tras ellos los de todos los costes de producción.
Un panorama que, por supuesto, todos los agricultores y ganaderos sufren y que pone en cuestión la viabilidad de una profesión ya muy castigada. ¿De qué sirve el aumento en los precios de la producción si el incremento de los precios de los insumos hace imposible obtener rentabilidad alguna? Las protestas y las denuncias se han multiplicado. Las cifras son claras: el gasóleo, los fertilizantes, los fitosanitarios, los piensos, los materiales de granja… todo ha aumentado su precio entre un 30 por ciento y un 200 por ciento en apenas unos meses. El deterioro en el campo es histórico porque a su crisis, llamémosla ordinaria, se suman estos factores extraordinarios a los que no se sabe cómo podrá subsistir.
En la UE se trata de ahogar la economía rusa. Pero los países del Norte no renuncian a su gas. Sin embargo, a sus fosfatos y potasas se les cierran todos los caminos. Los cereales y el girasol que venían de Ucrania no se sabe si llegarán. Se anuncia un aumento en el gasto militar, hasta la creación de una fuerza común de intervención rápida.
Todo eso exige un cambio drástico y urgente en los presupuestos y en los postulados esenciales de la UE. Ante ello, la Comisión solo anuncia mayor flexibilidad en la aplicación del barbecho, permitirá la siembra de estas superficies en la próxima primavera. Nada más. Se cuestiona si es una medida prudente y si dará algún resultado. En España es posible que aumenten las siembras de girasol o de maíz, pero poco más, una gota en un océano de destrucción de explotaciones, de vidas.
Lo cierto es que esa respuesta, o mejor esa falta de respuesta potente, adecuada a la extraordinaria situación que nos toca vivir, pone en evidencia la esclerosis que se ha adueñado de la Política Agraria en la UE. Sus decisiones han quedado en manos de burócratas apegados a un sistema infernal, tan complejo e inflexible que ya es incapaz de reconocer sus principios esenciales. Aquello de garantizar unas rentas y unas condiciones de vida dignas para los agricultores y ganaderos y la disposición de alimentos de calidad a unos precios asequibles para toda la población.
Ahora todo el establishment se empeña en mantener su posición. Hoy en la UE hay más funcionarios dedicados a la agricultura que agricultores y ganaderos. Desde su privilegiada atalaya, con ingresos saneados, se han empeñado en los últimos años en llevar a la PAC a lo que denominaban “una vía verde”, llevados en volandas por una corriente social y política que primaba los postulados del ecologismo radical, en contra de la mayoría de los propios agricultores y ganaderos a los que se deben y a los que, sin embargo, se trataba como enemigos.
Si de verdad se quiere adaptar la PAC a la situación actual es necesario echar abajo toda la reforma de 2023 antes de que entre en vigor, reorganizar todos los postulados de esa estrategia “De la granja a la mesa”, y que esos millones de burócratas europeos se pongan a trabajar en una nueva política que prime de verdad al sector agroganadero de la UE, que, por ejemplo, impida que se cumplan las previsiones y que la producción de carne de cerdo descienda por encima del 12 por ciento en los próximos años, y que logre incorporar a una nueva generación de profesionales del campo para impedir el abandono de la explotación familiar al que ahora parecen avocados. Evitar enfrentamientos absurdos con otros sectores, porque los hombres del campo son los primeros ecologistas.
No podemos engañarnos. Un giro radical de este calibre es improbable. Pero hace unos meses también nos parecía imposible una guerra como la que viven ahora en Ucrania. Una dificultad de este calibre no se puede soslayar, hay que afrontarla y vencerla. Como decía el proverbio romano, “cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria”. La gloria será para los profesionales del campo que logren sobrevivir a esta dura realidad.