No hay duda de que entramos en una economía de guerra, como ahora gusta decir, pero esa economía no responde a una definición única y concreta. Hay que determinarla y llevarla a cabo como mejor convenga para nuestras explotaciones, para el sector que representamos, y para el país en el que vivimos.
José Antonio Turrado. Secretario general de ASAJA CyL
Toda una generación de españoles se va a quedar con el sonsonete de “quédate en casa”. Y estoy seguro que ha estado bien para luchar contra la pandemia del coronavirus, pero el día que la cuestión sanitaria se solucione, justo lo que hay que hacer es no quedarse en casa, no resignarse a no encontrar trabajo, no resignarse a trabajar lo justo o un poco menos, no resignarse a no encontrar una opción laboral mejor, no resignarse a no ampliar el negocio, no resignarse a no aumentar el empleo en la empresa, o no resignarse a no cambiar el coche o a no comprar una vivienda digna. En lo que como sector agrario nos atañe, ninguno estamos en condiciones de vislumbrar cómo será nuestro futuro en un contexto de fuerte crisis económica nacional e internacional y cambios sociológicos nunca antes imaginables, pero desde luego que nadie piense que, a nosotros, por eso de que somos un sector necesario y estratégico, nos va a ir bien cuando a todo el mundo le va mal. La recesión llegará también al campo y la veremos en forma de mayores desequilibrios, todavía mayores, en la relación de oferta y demanda de lo que producimos. Desde las organizaciones agrarias trabajaremos para que los presupuestos de las distintas administraciones tengan puesta su vista también en el campo, para que la PAC mantenga una configuración similar a la actual y, sobre todo, para que la inversión pública destinada a modernizar las estructuras agrarias no se detenga.
Es probable que la nueva configuración económica mundial ponga en “cuarentena” acuerdos comerciales, y que todos queramos volver a un proteccionismo de férreas fronteras, y aquí es donde hay que reflexionar sobre lo que de verdad interesa a nuestra agricultura y ganadería, si producir sólo para nosotros mismos, o por el contrario convertirnos en una potencia exportadora de alimentos de calidad en el contexto de una Unión Europea que tiene consagrados los principios de libre tránsito de personas y mercancías. Porque pedir barreras arancelarias para no importar y querer nosotros exportar a la vez no es posible, a pesar de que en no pocas ocasiones se nos pilla en tal contradicción. Y en todos estos cambios, seguro que nosotros, como pequeños empresarios, también tenemos que introducir ajustes para adaptarnos a una situación económica que de nuevo acortará los márgenes. Ajustes que en el peor de los escenarios significarán trabajar más y ganar menos, y para minimizar esto, que a nadie gusta, tendremos que aumentar las producciones reduciendo costes, y en esa reducción de costes el mayor margen de maniobra lo tenemos en el acceso a la tierra y en el uso racional de la maquinaria.
No hay duda de que entramos en una economía de guerra, como ahora gusta decir, pero esa economía no responde a una definición única y concreta. Hay que determinarla y llevarla a cabo como mejor convenga para nuestras explotaciones, para el sector que representamos, y para el país en el que vivimos.