Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA Castilla y León
Superados los rugidos de las campañas electorales, primero la nacional, y luego la autonómicas, municipales y europeas, queda por comprobar si nuestros políticos seguirán en adelante hablando de medio rural y buscando la foto con el tractor y el ternero. O si, por el contrario, serán como los veraneantes, que llegan con el calor y luego se marchan hasta el agosto del año siguiente. Cuando pasan esos momentos excepcionales, vuelve el ritmo normal a nuestros pueblos. Los cortos paseos de la gente mayor, que son la mayoría de los vecinos; los traslados de los pocos niños -cuando quedan- hacia el colegio o instituto más cercano; las idas y venidas a sus naves de los agricultores y ganaderos, que también cada vez son menos.
Castilla y León, como se ha oído tantas veces en campaña, está envejecida y en su mayor parte despoblada. No se sabe bien si fue antes el huevo o la gallina, si se fue la gente y fueron reduciéndose los servicios, o si cuando faltan servicios se desaniman y marchan los pocos que quedan. Cuando se enumeran las carencias de los pueblos, se mencionan las infraestructuras, la sanidad, la educación, y en los últimos tiempos las dificultades en las comunicaciones de telefonía e internet. Pero hay otros servicios que también faltan, de los que solo nos acordamos los que estamos en el día al día de los pueblos. Por ejemplo, los sacerdotes, que antes formaban parte del día a día de cada localidad, y que ahora escasean, hasta el día que toca sacar al Santo en procesión. Por supuesto el maestro, que más allá de la escuela, era una referencia en la educación diaria de los niños. O incluso, el alcalde, que más veces de las que sería deseable ni siquiera vive en el pueblo, cuando antes era la primera puerta en la que tocar.
En este apartado de presencias imprescindibles en el medio rural me gustaría destacar a la Guardia Civil, que precisamente este 2019 cumple 175 años al servicio de los ciudadanos españoles.
Me acuerdo muchas veces de comentarios de la generación de mis padres, cuando recordaban los tiempos en los que, cada pocos kilómetros, había una pequeña casa cuartel, en la que vivían una pareja de guardias civiles y los miembros de sus respectivas familias. En esos tiempos difíciles y de pocos recursos, los guardias se trasladaban de pueblo en pueblo, un rato a pie y otro con suerte en bicicleta, fuera invierno o verano, con lluvia o calor. Departían con el alcalde, que por entonces era un puesto prestigioso en el pueblo, y hablaban con los vecinos, compartiendo un cacho de pan, un huevo y un vaso de vino. La complicidad era tal que, salvo desgracias muy grandes, rara vez había disturbios, porque todos se conocían.
Con el paso del tiempo, y al igual que los pueblos, se fueron cerrando esas pequeñas casas cuarteles y se fueron agrupando en los núcleos más grandes. Hoy casi hasta están en peligro cuarteles de cabecera de comarca, y son muy pocos los que viven allí con sus familias. La mayor parte de los que son destinados son los más jóvenes, que no suelen echar raíces ni estar tanto tiempo como para que conozcan, como en el pasado, cada palmo del territorio. Por supuesto ya no hay tanta convivencia. Es raro ver a los guardias civiles compartiendo tertulia en los bancos en los que se reúnen las personas mayores. Todo se ha profesionalizado más, sin duda, pero esa cercanía se echa de menos en el medio rural. Una cercanía que además les proporcionaba más información y conocimiento sobre el territorio y gentes que tienen que proteger.
Dirá alguno que si no se está mejor con los guardias lo más lejos posible. Quién no ha tenido algún desencuentro en temas de tráfico, o con el Seprona. Pero los que pasamos muchas horas solos en el campo sabemos lo que vale tener a quién acudir cuando vienen mal dadas. Es encomiable, en este sentido, la labor desarrollada por los equipos Roca, que ojalá tuvieran más recursos y efectivos para frenar a las mafias organizadas que acechan en el medio rural. Cuanta más despoblación, cuantos menos somos en los pueblos, más necesitamos a la Guardia Civil. Desde aquí nuestro agradecimiento y también nuestro deseo de que no pierdan nunca su esencia rural.