Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA de Castilla y León
Hay un dicho que apunta que hasta que no se ponen muy mal las cosas no hay forma de arreglarlas, no se sabe bien porque por fin se encuentra la manera de enderezarlas o porque ya no hay solución posible. Ese dicho podría muy bien aplicarse al problema de la despoblación y de envejecimiento que vivimos en Castilla y León, aún más agudo en el medio rural. Que los pueblos llevan mucho tiempo perdiendo vecinos -desde los años sesenta han transcurrido décadas y varias generaciones-, no es una noticia nueva para los agricultores y ganaderos y en general para todos los que somos del medio rural. Los alcaldes de los pequeños municipios, la en su mayoría fieles trabajadores sin sueldo, pelean cada día para mantener atendidos y vivos unos núcleos en los que apenas hay niños y la mayor parte de los vecinos son ya pensionistas.
Sin embargo, no ha sido hasta hace relativamente poco tiempo cuando el tema de la despoblación se ha convertido en recurrente para los partidos políticos, no solo de ámbito local o regional, también nacional. Quizás la crisis ha acelerado un problema que ya estaba enquistado previamente. Solo en los años del boom de la construcción subió, muy poco, la población en Castilla y León, gracias a la inmigración. En la inmensa mayoría de los pueblos, ni quiera esos años remontó. Y después, las estadísticas caen sin frenos, en los pueblos pequeños, en los intermedios y hasta en las ciudades. Y no se trata solo de que haya cincuenta o quinientos en el padrón, sino cómo puede sostenerse económicamente toda esa estructura. En el foro sobre población organizado hace pocas semanas por El Mundo de Castilla y León apuntaba en esa dirección el propio vicepresidente de la Junta, José Antonio Juárez de Santiago, señalando que no el problema no era tanto ganar por ganar población, sino sumar población activa.
Con las cosas así planteadas, todo parece indicar que en Castilla y León la despoblación encabezará los programas con los que concurran las distintas formaciones al rosario de elecciones que nos esperan en los próximos meses. No sé si por suerte o por desgracia, porque cuando hablamos de problemas graves, que nos afectan a todos, lo conveniente es analizarlos desde la razón y apelar al consenso de todas las partes, y ya se sabe que lo que predomina en las elecciones son las promesas vacías y los garrotazos entre unas partes y otras. Creo que, después de años de debates, jornadas y estrategias, el problema está suficientemente diagnosticado. Lo que están faltando son actuaciones claras al respecto. Ninguno quiere quedar mal con nadie, ninguno quiere decir una palabra más fuerte que otra, y así seguimos, dejando a nuestra tierra languidecer y como mucho sintiéndonos víctimas y echando la culpa al pueblo o a la provincia de al lado por nuestro destino.
Personalmente creo que es irresponsable seguir instalados en el “tiempo muerto”, esperando que muchos pueblos fenezcan por sí mismos y escurriendo el bulto. Los políticos son elegidos para tomar decisiones, para asumir responsabilidades, para hacer política. El riesgo de equivocarse siempre existe, pero será menor que el que implica no hacer nada y seguir dejando pasar el tiempo.
Se está tratando a la gente, y muy especialmente a la de los pueblos, como si fueran menores de edad. Les halagan el oído, prometiéndoles hasta un Corte Inglés en cada pueblo. Pero luego la realidad es otra. Los vecinos de nuestros pequeños pueblos serán mayores, pero no tontos, y saben lo que cuesta cada cosa y lo que es posible o imposible. Añoran el pasado, esos pueblos más vivos que conocieron en su niñez, pero son conscientes de hacia dónde van las cosas. No necesitan promesas, sino que les atiendan en sus necesidades, en lo que hoy necesitan.
Y lo que necesita cada pueblo es muy diverso. Para empezar, la realidad rural de Castilla y León tiene muy poco de ver con la del resto de España. De los 8.124 municipios españoles, 2.249, el 28 por ciento, están en Castilla y León. Además, el 88 por ciento de los municipios de nuestra Comunidad Autónoma son lo que las estadísticas llaman “ámbito rural profundo”, es decir, tienen menos de 2000 vecinos. Y eso sin contar que muchos de esos municipios están compuestos por varios núcleos de población, pedanías o aldeas: Una situación que poco tiene que ver con, por ejemplo, La Mancha, en la que llaman pueblo pequeño al que suma varios miles y aquí sería cabecera de comarca.
Sí, no todo lo “rural” es igual de tamaño. Pero tampoco es igual por otros muchos motivos. Poco tiene que ver un pueblo pequeño de la meseta castellana con otro, bien poblado, de la costa levantina, o con una localidad cercana a la capital, que puede ser casi una ciudad dormitorio. Por eso no parece que valga aplicar la misma fórmula a todos, como se ha hecho por desgracia tantos años. Lo que en un lugar es una buena inversión, en otra es un absurdo. Por poner un ejemplo, que hay muchos más y todos conocemos, poner un polígono industrial en cada pueblo no tiene sentido, y de hecho muchos hoy están prácticamente abandonados. Hay que bajar al terreno, y pedir a la propia gente de cada pueblo que diga lo que necesita, no que vengan “cuneros” desde la capital a decidir que hay que poner un columpio donde no hay niños.
Las soluciones tienen que pasar por escuchar a los vecinos de cada una de estas poblaciones y, a partir de ahí, actuar. No es lo mismo la meseta que la montaña. No es igual un pueblo muy pequeño, con pocos vecinos y muy mayores, que uno mediano, con una economía diversificada. En el primer caso la prioridad tiene que ser atender las necesidades de cada vecino, casi con nombres y apellidos; en el segundo, tendrá sentido apostar por inversiones que propicien un desarrollo económico a medio y largo plazo. Y en torno a esos núcleos habrá que articular la atención y servicios del resto, para garantizar que toda la población tenga cubiertas la atención sanitaria, social, educativa, de transporte, etc. De hecho, para el medio rural es un importante generador de empleo el sector de los servicios sociales, con residencias y centros que deben ubicarse en las mismas comarcas, para que nuestros mayores puedan ser atendidos sin sufrir desarraigo.
Y en todo este lío, ¿qué papel tiene que tener la agricultura y la ganadería? Uno muy principal: la actividad. Da trabajo en unas zonas donde es muy difícil generar empleo, y si no hay empleo, todo lo que digamos sobre población cae en saco roto. El sector agroganadero, incluso en los momentos más difíciles de la crisis, ha sido un soporte sólido para el empleo, y más si tenemos en cuenta que de él se deriva la industria agroalimentaria. El campo y la agroalimentación tienen que servir para articular una parte esencial de la economía de Castilla y León, y están unidos al territorio. En su desarrollo tienen una importancia extraordinaria las infraestructuras, y no digo solo autovías -que por cierto no llegan a todas las provincias-, ni tampoco nos podemos conformar con que el AVE pase como un rayo por el territorio. Hay que tener unas conexiones de transporte bien engrasadas, regionales, provinciales y comarcales. Y también se necesita como el agua que la banda ancha llegue a todo el territorio. Proyectar hoy en cualquier actividad económica sin contar con internet es sencillamente imposible.
Pero no voy a referirme solo a la agricultura y la ganadería. El mundo rural, como el urbano, no es de nadie, o mejor es un poco de todos, y desde luego no sobra nadie. Siendo vitales, los agricultores y los ganaderos no estamos solos en el medio rural ni podemos ser la única solución. Desde ASAJA estamos promoviendo continuamente alianzas con otros muchos colectivos que trabajan en y por el medio rural. Cada uno tenemos nuestros intereses, a veces no tan fáciles de congeniar, pero es esencial la colaboración, el acuerdo y el respeto por lo que cada uno aporta. Hay un sector con enorme potencial en nuestro medio rural, el medioambiental, y muy especialmente el forestal, con cinco millones de hectáreas de monte que muchas veces están semiabandonadas, cuando su aprovechamiento sostenible ofrece enormes posibilidades, pudiendo generar empleo y riqueza. El turismo rural, acompañado de la gastronomía, de otras actividades como la caza o la pesca, etc. son también muy importantes para muchos municipios de la comunidad autónoma. Pero con todo, creo que la agricultura y la ganadería siguen siendo ofreciendo el soporte básico, continuo y estable para la mayor parte del territorio rural, incluso en las zonas menos afortunadas.
No hay pues una solución mágica, y desde luego sencilla, para acometer el problema de la despoblación y del equilibrio de nuestro amplio territorio. Unos dicen que quieren dar una paga a todos los que vayan a vivir a un pueblo, para ser colonizados por gente de fuera… para qué trabajar entonces, se preguntarán algunos, ¿verdad? Otros, que hay que obligar a permanecer en los pueblos, algo que no se puede dictar por decreto, porque obedece a una decisión meditada de las familias, muchas veces por necesidades de sus hijos. Los extremos no son nunca buenos. Sí, por el contrario, es sensato contar con una fiscalidad preferencial que favorezca la actividad y el empleo en los pueblos, o potenciar ayudas de transporte, educación, etc. que cubran los mayores costes que para las familias acarrea vivir en el medio rural.
Hay pues mucho trabajo que hacer, y digo trabajo, porque palabras yo creo que ya se han dicho todas. Pediría a nuestros políticos un esfuerzo de comprensión, humildad y trabajo constructivo para que todos dejen al margen sus discrepancias y acuerden soluciones desde la unidad y el entendimiento. Porque la despoblación es un problema que no tiene en cuenta partidos, ni colores: sólo tiene damnificados, las personas que viven el mundo rural de Castilla y León.
*Artículo publicado el 26 de marzo en El Mundo de Castilla y León.