Esta sociedad, como los niños, quiere todo. Quiere lobos, pero sin asumir el daño que hacen. Quiere alimentos ricos y baratos, pero sin importarle de dónde vienen. Quiere chuletas, pero sin que se sacrifiquen corderos. Quiere ir al pueblo en verano y que parezca una postal, pero sin preocuparse de quién está allí los otros doce meses del año.
Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA de Castilla y León
Hace unos días nos poníamos de acuerdo organizaciones agrarias y también colectivos de cazadores en torno a un problema complejo que solo un simple puede pensar que tiene una solución sencilla, el lobo. La recuperación de la población del lobo en nuestra tierra, que ha dado tan buenos resultados que hoy multiplicamos el número de ejemplares respecto a cualquier otra comunidad autónoma, incluso países de nuestro entorno, ha creado tensiones nunca vistas. Hoy, el ganadero es el malo de la película, y no el que, cuando llega la noche, siente miedo porque no sabe qué se encontrará en su explotación cuando amanezca.
Dos cosas duelen al ganadero. La primera la pérdida de sus animales. La segunda, la total incomprensión que recibe, en una sociedad cada vez más alejada de lo que es la vida rural. Perderá dinero, perderá salud, y encima tendrá que aguantar que se le vea como una pieza que no encaja en esta sociedad tan moderna. Los políticos -con alguna honrosa excepción- no quieren meterse en camisa de once varas. Ese discurso buenista da respaldo en las urnas, así que allá se las compongan los ganaderos, que ya se sabe que cada vez son menos, y en todo caso suponen menos votos que todos esos de las grandes ciudades,
Como los niños, queremos todo. Queremos lobos, pero sin asumir el daño que hacen. Queremos alimentos ricos y baratos, pero sin importarnos de dónde vienen. Queremos chuletas, pero sin que se sacrifiquen corderos. Queremos ir al pueblo en verano y que parezca una postal, pero sin preocuparnos de quién está allí los otros doce meses del año asegurando que el poste de la luz y la canalización del agua se mantenga y funcione el verano que viene.
Es como si el mundo urbano y el rural viviésemos de espaldas. Para los urbanitas, somos unos garrulos, que no hacemos lo que debemos. Yo no me meto en si pueden ir en tren en vez de bloquear cada día la M30, digo yo que será porque lo necesiten. Pero ellos sí quieren darnos lecciones de si el lobo, los rastrojos, las gallinas y hasta del color del jamón. Al final, va cuajando entre los que somos de pueblo una desconfianza hacia la ciudad, desde la que cada día llegan decisiones que tenemos que cumplir, y cumplimos, y que encima nunca parece suficiente. Nuestro sector cada vez se siente más acorralado, y eso no puede acabar bien. Alguien tiene que tender puentes y hacer que se escuche nuestra voz, aunque pierda votos. Pero ¿qué político se atreve con eso?
- Artículo publicado en el suplemento Mundo Agrario, de El Mundo de Castilla y León, el lunes 19 de noviembre de 2018