En los últimos años se ha generalizado el aprovechamiento de este subproducto.
Hasta no hace tanto tiempo, la paja era considerada un subproducto del cereal. En los últimos años, y sobre todo a raíz de la prohibición de las quemas, los agricultores han tenido que ingeniárselas para darle salida, manejando este importante volumen de forma correcta, y encontrando, cuando es posible, un uso.
El destino más tradicional es las explotaciones ganaderas, bien para procurar alimento, bien cama, a los animales. Pero también se utiliza en la fabricación de pellet para calderas, o la generación de energía complementaria.
Según las estimaciones de ASAJA, en un año como el presente, de cosecha notable en Castilla y León, cada hectárea proporciona una media de 2.000 kilos de paja, unos siete fardos grandes. Eso significa que en toda la comunidad se producirán unos 10 millones de pacas, alrededor de tres millones de toneladas. El valor aproximado del montante regional ronda los cien millones de euros.
Este reempleo en gran volumen de la paja ha llevado a que buena parte de los profesionales hayan pasado de la paca pequeña a la paca grande. También ha significado una prolongación de la campaña, puesto que, tras la cosecha de grano, muchos agricultores se dedican a empacar, lo que permite rentabilizar la maquinaria.
Quizás el mayor problema de este producto sea la comercialización, que se ve encarecida por el transporte, y según la distancia hace que no sea atractivo para el comprador, porque en ocasiones cuesta más el camión que la propia paja.