Celedonio Sanz Gil
El sector agrario español no tiene una estrategia de comunicación digna de tal nombre. De la vida diaria de la agricultura y la ganadería en este país no se habla, apenas cuenta para los medios de comunicación o lo que ahora parece más llamativo: las redes sociales. Sólo saltan a la actualidad noticias negativas, cuando hay una crisis en algún sector productivo, algún escándalo con productos alimenticios o catástrofes naturales, desde la sequía a los incendios forestales. Pero la realidad del campo hoy es desconocida por la mayor parte de la sociedad y a las gentes, a las empresas y a los dirigentes les parece bien mantener ese perfil bajo y ni siquiera en el punto álgido de esas noticias alarmistas se oye la auténtica voz del campo.
La propia ministra de Agricultura, Isabel García Tejerina, es, según los informes del CIS, la más desconocida de un Gobierno que, por otro lado, no es nada popular, más allá del nombre del partido que lo sustenta. No importa que sea una ministra eficaz, ni que tenga un reconocido prestigio entre las organizaciones del sector, ni que en la UE se valore de forma muy positiva su trabajo. Tampoco interesan sus cualidades personales o profesionales, que tenga una excelente preparación, un gran currículum, que hable idiomas, que ocupase uno de los primeros puestos en la candidatura por Madrid al Congreso o que tenga el mayor patrimonio de los parlamentarios.
No, el razonamiento es muy simple: se ocupa de la Agricultura y eso no interesa, por lo tanto, muy pocos la reconocen.
Este problema (según pensamos algunos, porque para otros no entraña dificultad alguna) queda en evidencia cuando se producen informaciones en medios de comunicación de alcance nacional, en programas que priorizan la polémica, como sucedió en fechas muy recientes con la noticia de las malas condiciones sanitarias de cierto ganado porcino y el empleo de su carne en una empresa murciana.
Más allá de la veracidad o no de las afirmaciones del reportaje en cuestión, lo que resulta paradójico es que no se pudiera contactar con nadie del sector productor porcino o de la misma empresa para ofrecer sus explicaciones, su punto de vista.
Días después, semanas después, ni en la empresa ni en las principales organizaciones del sector porcino se ha producido una respuesta contundente. En otros lugares se pegan por hablar y aquí no quiere hablar nadie.
Sin polémicas
La estrategia sigue siendo dejar que la cosa se calme para volver al limbo mediático de siempre. Menos ahora, que parece que el sector ha salido de años de crisis, ahora que se gana dinero ¡qué no nos corten la racha!, como si hubiera que avergonzarse de tener granjas e industrias rentables. La consigna parece ser no alimentar la polémica, como si las polémicas fueran malas siempre, sin más, como si no se pudiera mantener un espíritu constructivo en las réplicas, como si la gente del campo no pudiera hablar del campo, cuando en la sociedad actual dominan los que hablan de todo sin saber, sin ser expertos en nada.
Algo que no se entiende. Hubiera sido muy sencillo que hablarán los responsables de la empresa, las asociaciones de productores de porcino y del sector cárnico o las organizaciones veterinarias, y comentaran sencillamente cómo funciona el sector y aprovecharan la oportunidad para “vender” sus grandes cualidades. Cosas como que en España la regulación está avalada por la UE, que es una de las más proteccionistas del mundo con los animales y con los consumidores finales. Que la estructura sanitaria y veterinaria vigila exhaustivamente el buen tratamiento de los cerdos desde su nacimiento hasta el traslado a matadero y que ese régimen de control se mantiene con la carne y los procesos de transformación industrial.
Dejar muy claro que los casos de fraude son excepcionales y que si alguno aparece debe ser denunciado y se le debe aplicar todo el peso de la Ley, que los productores y la industria son los primeros interesados en ello para que no se manche su espléndido trabajo diario.
Habría que haber aprovechado para decir que el sector no recibe ninguna ayuda de la PAC, aunque esa normativa proteccionista comunitaria eleva los costes de producción, pero que, aún así, el sector porcino español es altamente competitivo, que lleva varios años aumentando sus volúmenes históricos de exportaciones, abriéndose camino en nuevos mercados, tanto en Asia como en América.
Comunicar que el porcino es un sector esencial para la economía nacional, para la renta agraria, que genera empleo y riqueza en muchas comarcas, que asienta población en lugares amenazados por el vacío y el desierto.
Réplica adecuada
Ante esta desaparición mediática, las reacciones “normales” suelen ser de dos tipos, siempre arropadas por el desconocimiento real: los que piensan que en realidad sí hay bastantes cosas que esconder y por eso se callan; los que disculpan la situación argumentando que el campo sigue atrasado como siempre y sin remedio.
Los unos y los otros marchan con su convencimiento al frente porque no hay nadie que les dé una réplica adecuada. Nadie que diga que en el campo la gente es normal, que hay buenos y malos profesionales como en todos los lados, aunque hay que trabajar en condiciones especiales, ni mejores ni peores, que tiene sus ventajas y sus inconvenientes, y para sobrevivir es preciso estar a la última, tanto en el empleo de maquinaria o medios de producción específicos como de técnicas de manejo o en el conocimiento de la enorme normativa regulatoria, porque sino no se puede seguir adelante.
Porque resulta sangrante que hoy haya que defender la normalidad del sector agrario, que no se hable con normalidad de él en los medios y en las redes sociales, que solo se cuenten chistes y anécdotas graciosas, y se acabe con la imagen del agricultor y ganadero garrulo, con la boina en la cabeza, la garrota en la mano y un lenguaje entre absurdo y soez.
Habrá que ver quién se atreverá a romper el silencio en la siguiente polémica alimentaria, que llegará muy pronto, eso seguro. Que se rompa el silencio, ya es otro cantar, porque el campo sigue en modo avión, en silencio, sin encontrar la melodía adecuada para responder a las llamadas que le llegan. Un silencio tan clamoroso como insoportable.