José Antonio Turrado. Secretario General ASAJA Castilla y León
Con motivo del Día Internacional de la Mujer, donde con más fuerza que nunca se han reivindicado sus derechos, que no son otros que los de la igualdad total con respecto a los hombres, de nuevo se ha vuelto a hablar, en nuestros ámbitos, del papel de la mujer agricultora o ganadera. En primer lugar, poco tiene que ver la situación del pasado con la de hoy día, por lo que respecto a las que fueron mujeres agricultoras hasta su jubilación, nuestras madres o nuestras abuelas, lo menos que debemos de hacer es reconocer y agradecer tanto esfuerzo y sacrificio para sacar adelante la agricultura y la ganadería, y en un sentido más amplio a la familia. El campo necesitaba muchas manos, hasta las de los niños y las de los viejos, y entre esas manos que se necesitaban, las de las mujeres estaban en primera línea.
Si hacemos un análisis de los agricultores que se incorporan hoy día al campo, con treinta años, que serán los que marquen el futuro del sector en las próximas tres o cuatro décadas, lo primero que se observa es que la pareja del agricultor o agricultora, por lo general, tiene otra profesión distinta, y con mucha frecuencia esto del campo no le dice nada. Estaremos de acuerdo que nadie es agricultor o agricultora por el hecho de ser cónyuge de un profesional del campo, como no es maestro el marido de la maestra o ferretera la esposa del ferretero. Lo general pues es que la mayoría de los hombres que se incorporan al campo son ellos los agricultores, y que la mayoría de las mujeres que se incorporan al campo son ellas las agricultoras, mientras que la pareja ejerce otro oficio.
En la etapa de la mecanización, no se puede defender otra cosa distinta a que la mujer tiene las mismas capacidades para trabajar y por supuesto gestionar una explotación que las que tiene un hombre, y que en ambos casos, el éxito es cuestión de sacrificio y buen hacer, como en cualquier negocio. En las políticas que con carácter horizontal impulsa el Estado y la Junta para incorporar a la mujer al campo, está pensando sobre todo en la esposa o pareja del agricultor, y precisamente para eso se legisló la fórmula de “titularidades compartidas”. Pero claro, para que en una explotación agraria puedan incorporarse ambos cónyuges, lo primero y fundamental es que haya trabajo para cuatro manos, en definitiva que la explotación tenga un tamaño que necesite de dos personas trabajando y o gestionando. Y es aquí donde no han caído los legisladores y los que promulgan la incorporación de la mujer al campo sin entrar en la profundidad del problema, y por lo tanto no están viendo los resultados deseados.
La mujer no se incorpora a la agricultura y la ganadería porque en la explotación familiar no hay trabajo para dos, y por diversas razones, lógicas o no, en la mayoría de los casos la mujer busca empleo en otros sectores. La mujer o el hombre, que me da lo mismo, pues lo relevante es que un miembro de la pareja tiene que complementar la renta familiar con un salario ajeno a la explotación agraria, y haríamos todos bien – sobre todo los políticos que legislan- en trabajar para que esa alternativa de empleo sea un hecho cierto en el medio rural.